El siguiente texto es un análisis de la acción performativa de Vicente Ruiz“El Gavilán”, más un visionado del documental “A tiempo real”; dirigido por Matías Cardone y Julio Jorquera, exhibido el fin de semana de Enero comprendido entre el 7 al 9; en el espacio Cultural CEINA.
Un escenario desprovisto. Un cuerpo en escena. Una performance que lleva por nombre “El Gavilán”. El intérprete abordando la composición de Violeta Parra a tiempo real. El artista expuesto. La antesala de un documental.
El cuerpo que baila es el de Vicente, un Vicente Ruiz que regresa de un tránsito en silencio –exilio del cuerpo en condición extranjera–, años en que canaliza reflexiones y paradojas, series de metáforas con que narra y describe su poética.
Ha empezado el espectáculo. Todo está en oscuridad. El intérprete emerge desde una esquina, al fondo de la escena: en la más pura soledad, sólo alumbrado por los tenues focos; es realmente abismante, a ratos incluso abrumador. Pienso en ese músculo que es el corazón, que también galopa, y en el salto al vacío que implica ese momento: danzar en soledad, danzar al son del gavilán. Por más experiencias hayamos acumulado en nuestro ciclo vital, por más escenarios repletos, después de todo, de tanto, el presente es sólo un salto al vacío en el que la única certeza son los hitos que sostienen la coreografía que sirve de mapa: el artista transitando la melancolía gavilán, y en alguna parte emerge un algo que nos recuerda esa añoranza, la sensación de un algo efímero, lo que queda de un presente que ya no es, pero que fue.
Dirigir el propio cuerpo en escena es como un manifiesto poético, un manifiesto del cuerpo, y pienso que, de alguna manera, eso fue lo que estuvimos viendo. Porque en la perspectiva del arte en que la vida no está separada de la obra, la importancia del acto creativo que hemos presenciado radica en que refleja esa inseparable condición: arte y vida, en este caso, aparecen cohesionadas en el gesto artístico de Ruiz, que a la vez, es inseparable de su condición simbólica, histórica, política, de ese momento vital en el ciclo de su existencia como artista.
En un ejercicio escénico de pulcra ejecución, que seguramente entremezcla en sus telares invisibles retazos de poesía, filosofía, vida misma, con gran dominio técnico aborda una coreografía que impregna de verdad, llegando al clímax cuando ese cuerpo gavilán se repleta de movimientos diagonales, puntiagudos, reiterados… Entonces aparece el momento quiebre, el momento visagra: Justo en el instante en que el artista se confunde con la obra y el ojo de cristal se funde con los focos en su esplendor, en el acto de rememorar la historia desde el tiempo presente, ALGO SUCEDE, que es también abismo, y a la vez, tránsito…
A Vicente lo descolocamos en un tiempo fuera de tiempo, un tiempo ausencia, una picnolepsia; Al contemplarlo después de la función tuve la sensación de estar frente a un cuerpo transparente, vaciado y sin tiempo, ese cuerpo en estado alfa que inspira la creación –procesos de tiempo real, que son, a la vez, un paréntesis de lo verdadero–.
Y luego de ese aperitivo preliminar, como quien sirviera un plato principal, se nos presenta el documental “A tiempo real”, donde no sólo aparecen imágenes desde la perspectiva del rescate histórico artístico, sino que emerge como instante épico en torno a lo generacional, al paso inexorable del tiempo y sus circunstancias.
En una frase nos deja entrever un velo de retrospectiva que casi nos hiela: como quien mira el tiempo de perfil, como un instante que, de pronto, desvanece, como una despedida o el testimonio después de larga travesía, un éxodo que es el tránsito de un cuerpo para convertirse en otro, el nomadismo aparece en la propia figura de Vicente: es un saber, una metodología, una forma que se traspasa, como el agua en las vasijas.. y en esto, intrépido: vuelve a removernos, traspasar ese algo en los estacatos de esa danza que se enrollan en el susurro sutil que nos cuenta del paso del tiempo y cómo cambian las circunstancias, como las hojas en otoño. El tiempo, un todo sutil que nos va transformando… a nosotros mismos, a las generaciones que suceden. La sensación es de eslabón, de intervalo, de puente.
Como en el efímero acto de combustión de un fósforo y lo breve de su llama, la vida se nos consume profunda y rápidamente, y hasta las últimas astillas habrán de consumirse sin pretensión de algo más, como lo efímero de ese espacio tiempo, como lo frágil del ahora. “Estoy creando para ahora. No hay trascendencia”. (Vicente Ruiz)