Me invitaron a ver el montaje “BERNARDA”, una adaptación de la gran obra “La Casa de Bernarda Alba”, de Federico García Lorca.
Como espectador, cada vez que me enfrento a este texto en el escenario, revive en mí una especie de rebelión constante y permanente al reclamo, cada vez más agresivo, de las feministas de hoy. Creo que están apuntando mal los tiros. La queja debe y debió ser siempre contra las “Bernardas” del mundo. Esas matriarcas recalcitrantes que, a punta de varilla, indujeron el temor al amo, al señor de la casa, al patrón, son las madres del concepto y el personaje que viste al patriarca y sus abusos.
Este personaje Bernarda, de la obra, con su sola presencia, describe a las mujeres que instalaron la represión, el autoritarismo, y el abuso ¡tremenda actuación! Sus hijas juegan su rol a la perfección, representando fielmente el carácter indómito que va provocando el encierro de 8 años que había dictado como duelo la matriarca, alejándolas de todo contacto con los hombres.
Una obra, que por el carácter de la sala, se deja vivir intensamente, casi como una experiencia inmersiva. La coreografía de los personajes al mover el escaso mobiliario, resulta tan pertinente que pasa casi inadvertido, se hace natural.
Me encantó la puesta en escena. Todo perfectamente coordinado, luces, musicalización, efecto y la actuación del elenco; una obra que se deja ver con fluidez.
Me parece que la lucha contra el abuso, el control, la libertad, la opresión, la represión sexual, como temas recurrentes en la historia de la humanidad, hace que estos clásicos permanezcan en las salas de teatro hasta nuestros días. “La casa de Bernarda Alba” fue escrita en 1936 por uno de los miembros más brillantes de la generación del 27, Federico García Lorca.
Así las cosas, continuaremos, generación tras generación, gritando a los cuatro vientos que “nuestra hija Adela”, símbolo de la lucha por la liberación, “ha muerto virgen”.