
La segunda obra de la compañia Teatro del Amor, PA$$$TA(YO)BA$$$E!!!! del dramaturgo y director Nicolás Bascuñán, texto que participó en La Rebelión de las Voces 2022 y que su raíz creativa surge de una experiencia personal, es un unipersonal que aborda la crudeza que genera el consumo de pasta base sobre un cuerpo determinado y con ello la reproducción de su experiencia angustiante. La puesta en escena se divide en dos tipos de reparto, entendido este como la decisión de relación entre sujeto-objeto en un espacio determinado: 1) en el mismo nivel que el actor y 2) en las butacas, ya no en el mismo nivel, aunque el actor “rompe” con esta diferenciación en algún momento.
En el primer reparto, la imagen visceral de un hombre (Felipe Zepeda) embalado violentamente con papel alusa a un pilar de iluminación técnica, aparentemente desnudo y cubierto de pies a cabeza -salvo una apertura mínima en su boca-, me sorprendió. No por lo inesperado, sino por la construcción y deformación progresiva de la imagen instalada. La iluminación que le acompañó formaba una suerte de cruz, entre tonos dorados y rojizos que se producían por las latas de Coca-Cola que le rodeaban. Ver al actor articular su texto en aquella condición, por lo demás, tampoco dejaba de ser impactante, entre el sudor y el poco aire que le debía llegar. Aquello sin duda es un esfuerzo y una calidad que deleita por sí mismo.
Ya en el segundo reparto, luego de que el actor sale de su envoltorio plástico como un bebé-pastero recién nacido, el público se sienta en sus butacas en un intervalo de tiempo que puede ser un tanto largo, pero que el actor sostiene con madurez escénica. El reparto es así hasta el final de la obra. Durante esta “parte” el actor interpreta, esencialmente desde la transformación corporal, una variación de dos o tres roles, entre ellos un anciano indígena recolector de latas de Coca-Cola, un joven de ascendencia indígena -al parecer- que intenta montar una obra junto a Brad Pitt y Angelina Jolie, y un tercer cuerpo -creo- intermediario entre estos. Mediante recursos de enajenamiento, el actor nos da luces de aquel proyecto, entre tanto recorre las butacas, le coge la mano a una espectadora en busca de empatía, etc. En ese desprendimiento de máscaras, sale a flote la sustancia creadora: unas proyecciones con escritos explícitos de situaciones que, quiero creer, pertenecen al dramaturgo en su situación de usuario pastabasero. La producción de imágenes simultáneas y micro-construcciones que realiza el actor son interesantes, siempre enfocadas en generar una relación de signos que dialoguen entre sí; por ejemplo, la relación del personaje amerindio, las latas de la transnacional, el sustantivo Brad Pitt y el casco troyano podrían dar como resultado el desmontaje de la estrategia imperialista y colonizadora de la industria cultural en el imaginario latinoamericano.
Ahora bien, la obra no propone nada que no se haya visto -o intentado hacer- antes respecto a las decisiones tomadas por parte de la dirección. Era como si se intentará generar una suerte de ruptura, utilizando una serie de recursos ya utilizados en las vanguardias o happenings del siglo pasado, pero sin desprenderse del relato previo del texto, intentado con ello explicar todo lo que se ha dejado atrás por su exigencia rupturista. En este sentido, el riesgo de la puesta radicó, fuertemente, en el esfuerzo individual del actor, Zepeda, que en sí mismo compuso su propio ergon. Lo que quiero decir con esto es que siempre que se hace efectivo un unipersonal, lo que se produce principalmente es el develamiento del desgaste de un cuerpo “solitario” sometido a una línea de acciones singulares. Respecto a esto, debo admitir que la dirección, directa o indirectamente, sí se hace cargo de este rendimiento al finalizar la obra, ya que apreciamos un juego de luces muy bien definido que da cuenta de una suerte de expiación.
Por otro lado, el signo de las latas de Coca-Cola como símbolo del imperialismo yankee, lamentablemente, no pasa de ser más que escenografía, un elemento estético decorativo que se pone en disposición variada, dentro de las bolsas plásticas, que a veces cambia de lugar, que a veces es arrojado sobre el escenario; aunque en un momento el actor bebe de una lata de Coca-Cola -que es, a mi juicio, lo más interesante respecto al uso de dicho signo/materialidad-. A pesar de esto, la obra -y su texto- no dejan de ser un material relevante para la discusión pública en torno a la representación de la subjetividad degradada en las poblaciones chilenas por el consumo de pasta base. Ante una realidad que hace cada vez más palpable el advenimiento de los neofascismos, las acciones de seguridad ciudadana que han inducido a error -como el caso de Matías Vallarino-, o el documental reciente del youtuber italiano Zazza en Recoleta, el intento de llevar a escena la experiencia angustiante de un pastero por medio de alguien que se involucró radicalmente en su mundo -y se expone de dicha manera- no es algo menor.
FICHA TÉCNICA: Título: PA$$$TA(YO)BA$$$E!!!!. Dramaturgia y Dirección: Nicolás Bascuñán. Intérprete: Felipe Zepeda. Dirección de Movimiento: Andrea Amaro. Diseño Escénico: Gabriela Santibáñez. Iluminación y jefe técnico: Francisco Jara. Diseño Sonoro: Fernando Milagros y Nicolás Bascuñán. Producción: Carolina Castro Faúndez. Coordenadas: Teatro del Puente, Del 5 al 20 de abril 2025, Jueves a domingo 20:00 hrs
Por IGNACIO BARRALES-PARRA