Ingresar al Anfiteatro del MAC Quinta Normal es atravesar un umbral inusual y poco convencional para la danza. El espacio circular, luminoso, sostenido por columnas imponentes y un techo que respira luz natural, no funciona como mero soporte arquitectónico: deviene cuerpo, resonancia y atmósfera. El público se distribuye alrededor del perímetro, mientras que el centro se configura como un vacío expectante iluminado por pedestales dispuestos en el espacio circular y por un entramado de cordeles de luz apilados sobre el suelo alrededor del escenario. En uno de los extremos, una plataforma escénica habilita otro nivel de observación para los asistentes. La obra comienza en la imagen previa, en la vibración de un espacio que exige presencia. En esa misma latencia, la música en vivo de Carolina Holtzapfel, aparece como una pulsación que acompaña y modela el ambiente, una figura sonora que se sostiene a lo largo de toda la obra.
“Endless, déjame caer”, dirigida y concebida por Mayo Rodríguez Baeza y Carla Romero, se despliega desde una premisa clara: la vulnerabilidad como condición inevitable del existir, no como narrativa trágica sino como un territorio de transformación. Los intérpretes ingresan desde los bordes y extremos de la sala en corporales diversos, casi como si cargaran historias invisibles, tensiones internas o pequeñas fracturas emocionales. Esta llegada fragmentada y silenciosa genera un tejido de presencias que, gradualmente, se dirige hacia el centro para confluir en un nodo común. Allí, los cuerpos comienzan a contaminarse unos a otros.
La coreografía funciona como un sistema que articula caer, recuperarse, sostener y soltar. Las cualidades de movimiento conviven en capas: desplazamientos circulares, espirales, trayectorias diagonales y motores internos que activan lo íntimo del gesto. Hay repetición, pero no como dispositivo mecánico; se manifiesta como pulsación emocional, como insistencia de algo que aún no se resuelve. Algunos integrantes sostienen su estado a lo largo de toda la obra; otros transitan hacia nuevos registros. Así la vulnerabilidad se transforma en movilidad.
El diálogo con la circularidad del anfiteatro es constante. Esa proximidad instala una forma de responsabilidad mutua, los bailarines dependen del espacio y el espacio depende de ellos. También aparecen gestos de contacto físico, apoyos, acompañamientos, contenciones que evocan la idea de comunidad posible incluso en la caída.
Hay un momento que se distingue del resto por la irrupción de la voz como centro de gravedad. Uno de los intérpretes toma la palabra y comparte experiencias y reflexiones vulnerables, mientras los otros se acercan para sostenerlo y acompañarlo desde una presencia contenida y atenta. La iluminación, particularmente uno de los focos entra como “un otro cuerpo” en relación directa con el interlocutor y su confesión: no solo proyecta luz, también resguarda, envolviendo la escena como una sincronía conjunta.
La voz, el susurro y la palabra funcionan aquí como extensiones del movimiento, desprendimientos sonoros que nacen desde la corporalidad presente. En esta escena, y solo en ella, la palabra parece activar el ser desde adentro, sin quebrar su poética, sino habitándola con una textura distinta.
Más adelante, otro instante se imprime con fuerza cuando los danzantes comienzan a correr alrededor del público, creando una corriente de aire circular que no solo roza la piel, sino que altera la temperatura del espacio, desplazando al espectador hacia un estado de participación sensorial involuntaria y profundamente presente.
En este paisaje de presencias, el cuerpo se vuelve metáfora, no porque represente algo externo, sino porque encarna la condición humana en su forma más elemental: la posibilidad de caer y ser visto. El cuerpo deviene territorio de riesgo y de encuentro. Allí radica la fuerza de la obra.
El elenco funciona como organismo colectivo y fragmentado a la vez. La sincronía y el desfasaje coexisten con naturalidad, como si cada impulsividad individual encontrará su eco en el grupo. Así, dentro de este tejido humano destaca la intérprete Gabriela Suazo, cuya precisión, estado interno y claridad corporal se sostienen conmovedoramente durante toda la pieza.
El final no cierra; simplemente los ejecutantes salen del espacio, así la obra sigue existiendo en lo que reverbera después: la respiración, el silencio y la sensación de haber sido tocados por algo que permanece.
FICHA ARTÍSTICA: Concepto, Dirección Artística y Coreografía Mayo Rodríguez Baeza y Carla Romero | Danza y Co-coreografía César Avendaño, Alex Soprano, Constanza Morales, Mayo Rodríguez Baeza, Tomás Romo, Carla Romero, Gabriela Suazo | Diseño de Arte, Iluminación y Vestuario Eduardo Cerón | Composición musical y ejecución en vivo Carolina Holpzapfel | Diseño sonoro Guillermo Eisner | Técnica sonido Matías Espinoza | Producción creativa Elisa Torres | Registro audiovisual, edición y video documentación Diego Alejandro Sánchez y Verónica León | Diseño gráficas Jesús Vela | Diseño fanzine Mutantezine | Prensa Claudia Palominos | Redes Azul Ugalde Talguia.
Proyecto financiado por el Fondo Nacional de Fomento y Desarrollo de las Artes Escénicas, Convocatoria 2024, del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.
Por: RODRIGO JORQUERA MÁRQUEZ. Licenciado en Artes, mención Danza. Universidad de Chile.