La obra Rocha, ha sido seleccionada en varios festivales y para conocerla aquí está la crítica: según la tradición judeo cristiana el Monte Tabor es el lugar dónde Jesús tuvo su transfiguración y ascensión al cielo. La obra “Rocha”, del dramaturgo Felipe Vera (Real Escuela Superior de Arte Dramático. España), plantea instaurar en la cima de un cerro un altar ceremonioso para expoliar las cargas acumuladas por una historia llena de abusos y ruinas, por parte de dos hermanos inmigrantes.
La obra muestra la aparición de éstos hermanos en la cima de un cerro donde proceden a tomarse con propiedad dicho lugar e instalar un altar ceremonial, para sacrificar un cerdo. Una vez armado el espacio, el hermano mayor grita a los cuatro vientos la toma de posesión sin especificar intenciones, solo el hecho puntual de su presencia. El hermano menor no habla, solo emite sonidos guturales, por lo tanto estamos en presencia de un monólogo; dónde el mayor habla y ordena y el menor obedece y ejecuta el desplazamiento físico sin desobedecerlo, transformándose en una extensión del primero, resaltado aún mas por la sumisión que adquiere al obedecerlo mansamente.
La historia que tenemos ante nuestros ojos, posee elementos simbólicos que remiten a una cosmogonía más europea que latinoamericana, con un dejo a Zaratustra, siendo notoria ésta influencia en el hermano mayor que con un carácter fuerte impone sobre el hermano débil, las decisiones y, se escapan a refugiarse a un lugar alejado y aparentemente seguro como una forma de mantenerse puros y fieles en su identidad. También integra elementos de un ritual vikingo, manifestado en aquello de: comer antes de morir.
Entonces, la obra se posiciona como un ritual de sacrificio con un aire a tradición Normanda. También incluye los elementos esotéricos de Hamlet, al tomar la cabeza del chancho, mirarla y comenzar a preguntarse.
Las banderas que adornan la casaca del hermano mayor, hablan de países y zonas territoriales en continuos conflictos, con una historia marcada por sucesos dolorosos. Pero toda esta acumulación de componentes temáticos, no logra transformarse en una narración fluida, no quedando muy claro donde quiere anidar la historia.
El sonido esta ajustado a los requerimientos dramáticos que la obra brinda y es resaltada en momentos precisos, cumpliendo un buen cometido a la acción.
En la vida nada permanece, todo es transitorio, ¿El migrante mientras cruza fronteras y sintiendo que nada es permanente y, meditando sobre la caducidad de las ciudades y su vida anterior, no va sufriendo por su destino? La constitución y formación de los países ha sido sostenida en base a una migración constante; siendo la transterritorialidad errante el ejercicio de la condición humana más normal que busca el paraíso en la tierra. Pero así cómo a algunos les ha sido concedido este sueño, en ocasiones tomado a la fuerza; a otros se les ha negado en forma sistemática, brutal, continua y categórica un pedazo de tierra donde alojar. Y son ellos, los que vagando de lado a lado cruzando fronteras tras fronteras en busca de un lugar de pertenencia, de los que habla Felipe Vera. Son los de ésta última categoría de inmigrantes, aquellos que han tenido que abandonar su patria para buscar otra mejor chocando con una realidad trágica y aciaga, dónde las condiciones adversas son muchas; pero éstos hermanos se han adueñado de la meseta y la gritan a los cuatro vientos y que rocha, que es el graznido de un pájaro negro, (¿el cuervo de E. A. Poe?) expanda este grito: ¡Este es nuestro territorio!
La dirección ejercida por Ana López Montaner (Magister en Artes. Actriz. Fundadora de InterDram. “El Efecto”) ofrece una limpia y efectiva guía de los dos actores Daniel Antivilo y Gastón Salgado; exigiéndoles gran despliegue junto a una energética entrega física y emocional, donde además por las características de la historia, deben construir el espacio escénico, hasta dejarlo transformado en un altar de confesión y sacrificio reivindicador; y al momento de ejecutar la ofrenda se desprenden de sus ropajes cotidianos y se colocan ropa blanca como signo purificador.
La energía, entrega y fuerza que los actores impregnan a los personajes, capturan en todo momento la atención de la audiencia, indagando y acomodándose a los sorpresivos quiebres que la obra brinda a cada instante.
En los últimos años el tema de la migración ha adquirido relevancia en el país, dando cuenta de las grandes oleadas recibidas; la sintonía que obtiene la pieza con el fenómeno que está viviendo el país ante la avalancha de extranjeros, es pertinente y acorde al fenómeno mundial, y la obra se hace eco en el discurso final dónde hablan de los muros que se construyen para arrinconarlos en guetos cada vez más alejados de las ciudades, entonces la pieza se construye como un constructo simbólico performativo, con una puesta en espacio posmoderna con sentido genérico. La multiplicidad de voces temáticas que posee la obra, planteadas de modo discursivo en el personaje del hermano mayor, la transforma en una torre de babel. Los personajes son voces (el mudo solo apoya) que intentan aunar la temática de la migración que los convoca en ese lugar, que son los pobres de espíritu, aquellos que heredaran el reino de los cielos (pero para eso tienen que morir). Por lo tanto, al subir a la montaña se acercan al cielo y, a la vez, se alejan de las zonas bajas en que fueron infelices y aquí, es pertinente lo que expresa Hegel: “Cuando echamos la mirada atrás y contemplamos la historia del pasado humano, lo primero que vemos es solo ruinas”
FICHA TÉCNICA
obra: ROCHA
dirección: Felipe Vera
dirección: Ana López Montaner
elenco: Daniel Antivilo; Gastón Salgado
escenografía: Alvaro Salinas
vestuario e iluminación: Flavia Ureta
sonido: Héctor Quezada.
guillermo pallacán / editor