
La puesta en escena que nos propone la obra Chilean Electric, dirigida y adaptada por Francisco Albornoz a partir de la novela-ensayo de Nona Fernández, me incita a pensar en una cuestión que, antes de las elecciones presidenciales, parecía –ya sea por ingenuidad o ignorancia- evidente: el compromiso irrefutable con la memoria en tanto deber ciudadano y, sobre todo, el consenso histórico respecto al golpe de Estado del ‘73.
Cuatro intérpretes (María Jesús Marcone, Constanza Rojas, Felipe Valenzuela y Anibal Gutierrez) dan cuenta, por medio de un relato rapsódico, de un dispositivo que pone en marcha la memoria individual y colectiva de nuestro país. Recuerdos que son relatos de otros recuerdos, unidos como el cableado eléctrico latinoamericano, totalmente expuesto, habitados en el difuso límite entre lo autobiográfico y lo ficcional. Todo parte con la narración de la abuela de Nona recordando el inicio del alumbrado público de la Plaza de Armas de Santiago, aunque luego se descubre que tal relato no correspondía con los hechos registrados. La luz, al parecer, estaba antes qué ese hito. Y no solo existía la industria de la luz del padre alemán de su abuela, sino otras, entre ellas –posiblemente- una llamada: Chilean electric.
Esto grafica el constante movimiento de la memoria, no sólo perteneciente a un discurso por los derechos humanos, sino a cada uno de los individuos participantes de una sociedad. El recordar es imposible de ejercerlo en una actividad privada. El otro se manifiesta como compensación de realidad, como requisito de la experiencia “universal” del recuerdo. Liberado del misterio del ombligo inexistente de su abuela, el encuentro teatral entre actores-espectadores deviene un acto iluminador. Frente a esto, el incentivo por parte del aparato estatal debería ser algo insospechado. El hecho de que necesitemos una estrategia del recuerdo para reconstruir este país fragmentado en una nomenclatura tardo-medieval (patrones y peones de un largo y angosto fundo), se revela como el insomne que mantiene la única ventana luminosa en un edificio medianamente gentrificado, dividido entre la incertidumbre laboral y la valoración insana de su tiempo libre.
Ahora bien, lejos de dar continuidad a los principios iluministas, tal como sería válido de apostar por la línea que seguimos, la metáfora de la luz en cuanto clave de responsabilidad en torno a nuestro pasado parece más bien reposar sobre una añoranza. Las luciérnagas, por una parte, y la ampolleta sobre el escritorio que solo se enciende antes y después de la obra, por otra. Los aspectos estilísticos tampoco son ajenos: todo el elenco actoral utiliza bototos de obrero, ropa deliberadamente indie, rodeados por una escenografía minimalista que evoca una sala de estudio vintage e instrumentos y técnicas de sonoridad contemporánea. En este sentido, W. Benjamin nos habla del concepto de melancolía de izquierda como aquella que se produce “en la conversión de los reflejos revolucionarios […] en elementos de distracción y entretenimiento”. Si consideramos esta añoranza de un mundo pre-eléctrico en cuanto melancolía, entonces podemos pensar la escenificación de Albornoz como radicalización de una ironía romántica (Novalis) del compromiso ciudadano ante la memoria. Una suerte de mistificación de lo ordinario, de autoengaño de las formas artísticas de resistencia, que se encienden ante su público como el sacrificio o el “abandono del don de asquearse”, mientras nos encandila el rostro con un discurso monologado al borde de la emoción melodramática.
La luz, no obstante, llega a su fin. La sala Bunster donde se ha trabajado una vez más, arduamente, recibe los aplausos mientras abre sus puertas para disfrutar –rápidamente- de la noche primaveral camino a Estación Parque Forestal.
FICHA TÉCNICA: Director: Francisco Albornoz | Dramaturgia: Francisco Albornoz a partir de la novela homónima de Nona Fernández | Elenco: María Jesús Marcone, Constanza Rojas, Felipe Valenzuela y Anibal Gutierrez | Diseño Lumínico: Andres Poirot | Diseño Integral: Catalina Devia | Operación Lumínica: Javiera Cayupan | Producción: Joaquín Galleguillos | Universo sonoro: Aníbal Gutiérrez y Felipe Valenzuela | Fotografías: Maglio Pérez – Vicente Prieto Zuckermann | Co-producción de Espacio Checoslovaquia.
Por Ignacio Barrales Parra