Como espectador es imposible abstraerme de lo observado y no puedo evitar comenzar a comparar con el único punto de comparación posible: mi propia vida.
Cuando Teatro La Rara me invita a ver su ópera prima “LA CULPA ( o el delirio constante de tener estas inmutables ganas de querer volar)”, sabía que me enfrentaría a uno de los peores males de la humanidad: el miedo. Solo el miedo me provoca cometer ciertas acciones que indeclinablemente me llevarán a la culpa.
¿Cuántas veces declaré sentirme feliz de ser padre sin estar seguro de ello? ¿Cuánto abandono proyectaría en esos infantes y cómo los traumaría para el resto de sus días? ¿Cuántas veces me enfrasqué en mi dolor y en mis propios traumas de ser un hijo abandonado? Es inevitable recorrer ese camino cuando la escena te está diciendo literalmente que esa es la esencia del ser humano: el horror.
Un tema extraordinario escogieron para echar a andar esta joven compañía; nada mejor que mirarnos y comenzar a cuestionar lo que nos ocurrió en ese camino a una adultez desprovista de madurez, que finalmente nos lleva a un inevitable deterioro de la salud mental. Todo está atado con un hilo negro y tenebroso llamado miedo.
Aplauso cerrado para estas brillantes y jóvenes actrices y actores que calan profundo con sus interpretaciones de temas que aún les falta tener en la piel, pero que lo hacen muy bien a pesar de esa falta de experiencia.
Sentí, y no puedo evitar decirlo, un aire de Casanga y Zúñiga en la puesta en escena; algo había en el maquillaje y en el tono que me hizo recordar a estos dos personajes importantes en la escena teatral chilena.
Estén atentos a sus próximas temporadas. Cumple con lo básico del teatro, ser un espejo de nuestras conductas, esa cosa terapéutica con la que nació este arte.