- El Quijote como novela moderna. Guerra, humor y meta-literatura:
La presencia de las mujeres en la inmortal obra de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, ha sido un aspecto que la crítica literaria ha puesto poco a poco en el tapete, gracias a los pioneros estudios de Concha Espina, Azorín, Carmen Castro, J. Bautista Avalle-Arce, Iris Zavala, Héctor Márquez Villanueva y Carlos Mata, entre otros hispanistas[1]. Sin embrago, este alentador panorama en el ámbito especialista poca resonancia ha tenido en las artes escénicas, musicales, pictóricas y literarias en las que aún el binomio don Quijote y Sancho Panza siguen presentándose como modelo icónico de la novela, en ingeniosas recreaciones[2].
Se ha consensuado que El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha inaugura la novela moderna en lengua castellana debido a que en ella convergen una serie factores narrativos y teóricos que permiten darle tal calificativo, entre otros, el hecho de que en su interior se alberguen una serie de géneros literarios menores o subgéneros, como la novela de caballerías, la novela pastoril, la novela morisca y la de viajes. La presencia de estos sub-géneros dentro de uno mayor permite postular al Quijote como un recinto narrativo en el que se aglutinan todas las expectativas lectoras de una generación, superando al primer romance. Este aspecto, meta-literario, se aprecia desde las primeras páginas de la obra. Baste recordar el prólogo del Quijote de 1605, donde Cervantes declara no ser el autor o padre del Quijote, sino su padrastro; una historia que ha conocido en los anales de la Mancha y completado a través de los cartapacios de Hice Hamete Benengeli, autor morisco que, en su capítulo I, 9, presenta como el ‘verdadero autor del Quijote’[3].
La intertextualidad – o diálogo entre textos– también se observa en la organización y modelos de sus dos partes. Mientras en la Primera Parte de 1605, las aventuras de don Quijote se inspiran en las aventuras del Amadís de Gaula, novela de caballerías más popular en la España del siglo XV; la Segunda Parte, de 1615, tendrá como referente las aventuras del mismo Quijote protagonizadas en 1605. Así, literatura, ficción y meta-literatura se conjugan bajo una nueva óptica, moderna.
Su imitatio a los poemas caballerescos ha permitido que la crítica interprete la obra en una doble dimensión, por una parte, una lectura que propone que Cervantes se propuso destruir y parodiar las novelas de caballería, y otra que postula se propuso escribir la mejor novela de caballería, y que lo logró. Desde un punto de vista retórico destaca el uso perspectivismo, el contraste y lo grotesco. Muchas veces una misma historia se presenta desde distintos ángulos a través de sus personajes; esto permite que un hecho puntual se transforme en un hito relativo a medida lo presentan con matices sus protagonistas. Otros aspectos son la parodia, el travestismo y el humor. Para el célebre investigador alemán Eric Auerbach el humor es el aspecto central y constitutivo de la obra cervantina, que ensombrece cualquier otra lectura, realista o romántica de la novela. En palabras del erudito:
«Del mismo modo que Dios hace lucir el sol y descender la lluvia sobre justos y pecadores, la locura de don Quijote ilumina y transfigura cuanto se cruza en su camino, derramando una alegría imperturbable y entregando todo al más divertido desconcierto»[4].
Si bien es cierto que el Quijote es una novela que se desenvuelve en el plano del humor, también es cierto que en ella se depositan una serie de reflexiones filosóficas-serias en torno a la guerra moderna, la prisión política y el cautiverio, espacio político-social en el que Cervantes se desenvolvió gran parte de su vida, en su juventud, como soldado de las tropas de Carlos V.
En 1571, a la edad de 24 años, se enroló junto a su hermano Rodrigo para participar de la batalla naval de Lepanto, que enfrentó a la denominada Santa liga, una coalición integrada por los Estados pontificios, España, Génova, Venecia, la Orden de Malta, entre otros principados italianos, contra a las tropas del Imperio Otomano, en sus luchas por la hegemonía de las rutas comerciales del Mediterráneo Occidental. En dicha batalla naval, Cervantes fue herido en su pecho y mano izquierda por un arcabuz, dejando su mano inmovilizada[5].
No se conserva ningún retrato auténtico de Miguel de Cervantes, todos los que existen son falsos, la mayoría de ellos derivan de una copia de la Real Academia a nombre de Juan de Jáuregui, la que en realidades una imagen del duque de Uceda, como ha demostrado la crítica[6]. La única descripción fidedigna que conocemos es su propio auto-retrato poético, en el prólogo a sus Novelas ejemplares de 1613. Léase:
«Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y éstos mal acondicionados y peor dispuestos porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje al Parnaso, a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria».
Cervantes a pesar de ser inmovilizado de su mano izquierda continúo en la guerra. En 1575, fue capturado junto a su hermano Rodrigo en la Costa Brava, probablemente en Palamós, por el corsario albanés Arnaut Mamí, que los trasladó en calidad de cautivos a Argel, donde Cervantes pasó cinco años (con varios intentos de fuga) hasta que, en 1580, fue rescatado por monjes Trinitarios por la suma de 500 escudos[7]. Los años de cautiverio en Argel permiten explicar la reiterada presencia de lo morisco en su obra, baste citar los títulos de sus dramas: Los tratos de Argel; Los baños de Argel; La gran Sultana, La batalla naval; y en el mismo Ingenioso hidalgo, la historia del Cautivo y Zoraida en los capítulos 39-41, de la Primera Parte de 1605.
De regreso a España, entre 1587 y 1601, Cervantes dejó el oficio de soldado para transformarse en comisario de abastos para la Armada Invencible. Como recaudador tuvo algunos problemas, en 1587, fue excomulgado por embargar trigo a unos canónicos, y por el mismo hecho, en 1592 fue sentenciado a la cárcel, aunque salió bajo fianza. Dos veces intentó pasar a América, en 1582 y 1590, pero sus peticiones fueron rechazadas[8].
Un hecho crucial en el abandono de la vida de recaudador se da en 1597, cuando Cervantes cayó preso en Sevilla. Ese año había depositado los ingresos en un banco de la ciudad, pero el banquero, Simón Freire de Lima, quebró, y hasta esclarecer lo sucedido lo encarcelan cinco tristes meses. Nos cuenta en el Prólogo de la Primera Parte del Quijote:
«Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de Naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quién se engendró en cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?», p. 13.
Este hito permite proponer una fecha de datación para la gestación de la novela, ad quem se proponen los años de 1597-1604.
La experiencia biográfica de Cervantes, a mi parecer, permite explicar algunos pasajes serios del Quijote en los que se propone una reflexión política en torno a la guerra moderna, la cárcel y el cautiverio. Entre ellos, el capítulo 22 de la Primera Parte, que se centra en la liberación de los condenados a la galera y la crítica pondera como un hito anti-carcelario[9]. La liberación de los oprimidos instala una reflexión crítica en torno la justicia, la prisión y la libertad que se sobrepone a cualquier derecho positivo. Don Quijote increpa a los carceleros declamando un célebre discurso abolicionista: «Allá se lo haga cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres no yéndonos nada con ello» (I, 22, p. 268). Este pasaje ha inspirado nuestro cuadro de la liberación de las presas de la galera.
El segundo hito serio de la novela es su Discurso de las armas y las letras, en el que se compara la vida del estudiante con la del soldado, para concluir ponderando el rigor de la guerra como modelo de virtud. En dicho discurso, don Quijote propone una mirada crítica a la guerra moderna (el uso de la artillería y las armas de fuego) que modificaron las condiciones y valores de guerra antigua (de hombre a hombre). A partir del siglo XVI, el triunfo en la guerra no se salvaguarda por la heroicidad de los guerreros sino por la tecnología bélica de los oponentes. Esta contradicción técnica y material postula un sentimiento trágico; don Quijote es un personaje anacrónico que se lamenta de haberse ordenado caballero andante en una edad donde la guerra la deciden las armas de fuego y no el espíritu bélico de los oponentes[10]. Dice en el capítulo I, 38:
«Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor, tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por donde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima los valientes pechos, llega una desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina), y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quién la merecía gozar luengos siglos. Y así, considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos; porque aunque a mí ningún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto por la tierra. Pero haga el cielo lo que fuere servido; que tanto seré más estimado si salgo con lo que pretendo, cuanto a mayores peligros me he puesto que se pusieron los caballeros andantes de los pasados siglos» (I, 38, p. 497).
Don Quijote es un personaje escapista que se propone restituir valores universales perdidos: el honor, el respeto, la bondad, la defensa de los oprimidos y menesterosos; busca regresar a una primera ‘Edad dorada’ en donde el interés privado y el trabajo de la tierra no se imponía aún a la humanidad[11]. Vive en el pasado, es un personaje pre-moderno que critica y rechaza su presente. No porta armas de fuego, no lleva dinero, ni tampoco obedece a ningún general, se obedece a sí mismo, inspirado en el modelo de los caballeros andantes; el valor de sus armas y acciones se sustentan en la bondad de un humanismo universal.
Estos aspectos político-utópicos en las armas del Quijote han permitido que la obra de Cervantes se interprete desde una óptica revolucionaria; entre estos últimos trabajos deben destacar libro del historiador español José Antonio Maravall El humanismo de las armas en Don Quijote, de 1948, como en las recreaciones en las artes plásticas del chileno Roberto Mata, en una serie de litografías y poemas compuestos entre 1985-1990 intituladas el Quijote según Roberto Matta[12].
El libro está adornado con algunos poemas de Matta y Gonzalo Rojas. El de Matta, intitulado Don quejado de las manchas, de 1985, se inspira en la primera salida de don Quijote que la crítica literaria llama «aventura de la realidad». En ella, su primera salida, don Quijote se inviste como caballero andante en una posada donde residen dos ‘mozas del partido’ o prostitutas, la Tolosa y la Molinera, junto al Ventero (I, 3, p. 65). La presencia de las prostitutas en la investidura de don Quijote es un primer ejemplo de la representación realista del mundo femenino en la novela. Don Quite les pregunta sus nombres, la primera responde:
«Ella respondió con mucha humildad que se llamaba la Tolosa, y que era hija de un remendón, natural de Toledo, que vivía en las tendillas de Sancho Bienaya, y que donde que quiera que ella estuviese le serviría y le tendría por señor. Don quijote le replicó que, por su amor, le hiciese merced que de allí adelante se pusiese don y se llamase doña Tolosa» (I, 3, p. 65).
Este pasaje inspira en mentado poema de Roberto Matta, léase un extracto de él:
«Pues el propósito de este Quijante va en interés de la libertad de los huérfanos, de los esclavos, de las viudas y de todos los desamparados que sufren cadenas, incluyendo también la virginidad de las doncellas, pues es entre dos doncellas poco vírgenes —de esas que llaman del partido— que se espaldaraza este caballero, velando sus armas entre rudos y arrieros, es así como este hidalgo, con su estropajo de justicia, se propone lavar los vidrios de las víctimas, maculados por los embrujantes tiranos que los acongojan»[13].
Este poema de Roberto Matta al Quijote recuerda su célebre cuadro Hagamos la guerrilla interior para parir un hombre nuevo, de 1972.
Don Quijote de la Mancha también es un hombre nuevo que se autoconstruye así mismo con el objetivo de salvaguardar los valores de un Nuevo Mundo.
- El Quijote y las mujeres. Dulcinea como personaje literario:
Dulcinea del Toboso es un imaginario platónico que crea don Quijote a partir del personaje real-verosímil de Aldonza Lorenzo. El nombre de Aldonza Lorenzo evoca rusticidad y connotaciones eróticas. Fue común en la literatura popular del Siglo de Oro. La Lozana andaluza, una prostituta, protagonista de la novela picaresca anónima de 1527, lleva tal nombre porque en realidad, Lozana, es un anagrama de Aldonza. También se llama Aldonza la madre de Pablo, el protagonista de El buscón de Quevedo, de 1626, una reconocida alcahueta, prostituta y bruja. Su estilización en Dulcinea del Toboso evoca dulzura; como ha propuesto la crítica, su nombre es de raigambre pastoril, más que caballeresco y su cacofonía evoca al de otras heroínas clásicas como Galatea, Melibea, Dorotea[14].
Dulcinea del Toboso nace al mismo tiempo que don Quijote con el objetivo de dar esplendor y sentido romántico a sus acciones heroicas. En su primer capítulo, cuando se autoconstruye don Quijote, se inventa a Dulcinea del Toboso:
«Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y cabo se vino a llamar don Quijote; de donde, como queda dicho, tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se debía llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir […]
Limpias, pues sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. […]
Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni se dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señera de sus pensamientos, y buscándole nombre que no se desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto. (I, 1, p. 48)
Dulcinea transita como personaje literario desde una Primera Parte en la que se desenvuelve en un margen idealista- platónico, a una Segunda parte, en la que es un impulso narrativo de la novela que motiva gran parte de las acciones de don Quijote y Sancho Panza.
2.1 Algunos hitos de la Primera Parte: ‘La aventura de la belleza’, (I, 4).
En la Primera Parte de la novela la apariencia física de Dulcinea facilita la creación de una comicidad basada en el contraste; ya el hecho de su inexistencia promueve la invención, el travestismo y el juego. Su imagen platónica da pie para construir varios pasajes humorísticos. En el cuarto capítulo, denominado por la crítica literaria la «aventura de la belleza», don Quijote se encuentra con una caravana de mercaderes toledanos a los que obliga a declarar la belleza de la sin par Dulcinea del Toboso. Los mercaderes le existen un retrato de ella, con lo cual lo confirmarían lo solicitado, aún si ésta no fuera hermosa en realidad. Los comerciantes presentan a Dulcinea de una manera grotesca, que incita la cólera de don Quijote. Léase un pasaje de esta aventura:
«-Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la Emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso […] estamos tan de su parte, que, aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellón y azufre, con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere.
– no le mana, infame – respondió don Quijote encendido en cólera –, no le mana, digo, eso que decís, sino ámbar y algalia entre algodones, y no es tuerta ni concorvada, sino más derecha que un uso de Guadarrama. Pero ¡vosotros pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad como la de mi señora»
[Don Quijote los ataca y cae su caballo Rocinante. Replica dese el suelo]
– Non fuyáis, gente cobarde; gente cautiva, atended, que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí rendido».
En el capítulo siguiente, I, 5, don Quijote es hallado por un vecino que lo reconoce y llama ‘Alonso Quijano’, su primer nombre antes de transformarse en caballero andante. Ante tal denominación don Quijote replica su famoso texto: «Yo soy quien soy» y «sé quién puedo ser…». Esta célebre frase llevó a Miguel de Unamuno a tildar al Quijote como el «Caballero de la fe». A mi modo de ver, este célebre parlamento representa una de las claves de la identidad moderna: «somos lo que creemos de nosotros mismos»; «somos nuestra propia auto-percepción».
2.2. Dulcinea Petrarquista: símbolo de un ideal (I, 13-I, 25)
Habrá que esperar a que ocho capítulos más adelante para que don Quijote nos ofrezca un detallado retrato físico de Dulcinea, que presenta a unos cabreros desde un punto de vista poético, de raigambre petrarquista, en el que la belleza de la mujer se describe acorde los estereotipos masculinos de occidente: es rubia, blanca, delicada, de dientes perfectos. Léase su imaginario:
«-Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el mundo sepa que yo la sirvo; sólo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad por lo menos ha de ser princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son de oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura de nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que solo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas» (I, 13, p. 154).
Más adelante, I, 25, don Quijote hace una penitencia en la Sierra Morena a imitación del caballero Beltenebros. En ese entonces, envía a Sancho al Toboso con una carta para Dulcinea, carta que por lo demás Sancho Panza nunca entrega. Antes de iniciar su comitiva el escudero le pregunta a don Quijote ¿cómo reconocer a Dulcinea del Toboso?, y éste le revela su identidad rústica como Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchuelo y Teresa Nogales. Al reconocerla, Sancho exclama un cómico parlamento que es un contrapunto al imaginario petrarquista del caballero andante. Léase un fragmento de este pasaje:
-¡Ta, ta!-dijo Sancho- ¿Qué la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo? […]
Bien la conozco y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante o por andar que la tuviese por señora! ¡Oh hideputa, qué rejo tiene y que voz! […] Y lo mejor que tiene es que no es nada melindrosa, porque tiene mucho más de cortesana: con todos se burla y de todos hace mueca y donaire […] con justo título puede desesperarse y ahorcarse, que nadie habrá que lo sepa que no diga que hizo demasiado de bien […] ha muchos días que no la veo y debe de estar ya trocada, porque gasta mucho la faz de las mujeres andar siempre al campo, al sol y al aire»
Replica don Quijote:
«Y así, bástame a mi pensar y creer que la buena Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta; y en lo del linaje importa poco, que no han de ir a hacer la información dél para darle algún hábito, y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo. Porque has de saber, Sancho, si no lo sabes, que dos cosas solas incitan a amar más que otras; que son la mucha hermosura y la buena fama, pocas le llegan. Y para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada. Y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad, y ni la llega Elena, ni la alcanza Lucrecia, ni otra alguna de las famosas mujeres de las edades pretéritas, griega, bárbara o latina», I, 25, p. 313.
Para el enamorado don Quijote del Mancha, Aldonza Lorenzo es Dulcinea del Toboso. Bajo los modelos del amor cortés la ha creado en su imaginación, transmutándola de simple labradora a gran dama: «Y así, bástame a mi pensar y creer que la buena Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta; y en lo del linaje importa poco, que no han de ir a hacer la información dél para darle algún hábito, y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo… Y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad».
El idealismo platónico en torno a Dulcinea y la falsa visita de Sancho al Toboso, son un impulso narrativo que organiza gran parte de la trama del Quijote de 1615, en la que don Quijote y su escudero buscan a la inexistente Dulcinea por el Toboso.
2.3 Segunda Parte de 1615: ‘Dulcinea encantada’
El personaje Dulcinea del Toboso transita desde una Primera Parte en el que se desenvuelve en el plano de lo ideal, con algunas breves intervenciones en el territorio de lo realista. Mientras en la Segunda, de 1615, es un motor que guía las acciones bélicas de don Quijote que la cree encantada a partir de los montajes espectaculares de Sancho Panza y los duques, que la presentan sucesivamente como una labradora o prisionera del mago Merlín.
Su primer encantamiento lo induce Sancho Panza en el capítulo 10 de la Segunda Parte. Con el objetivo de dar veracidad a su primer falso encuentro con Dulcinea (I, 31), Sancho hacer pasar a unas labradoras que halla en el camino por Dulcinea. Se arrodilla ante las labradoras, que le responden de una manera sencilla y distante, asombradas por su broma:
«-Apártense nora en tal del camino, y déjennos pasar, que vamos de priesa.
A lo que respondió Sancho:
-¡Oh princesa y señora universal del Toboso!, ¿cómo vuestro magnífico corazón no se enternece viendo arrodillado ante vuestra sublimada presencia a la coluna y sustento de la andante caballería?
Oyendo lo cual otra de las dos dijo:
-Mas ¡jo, que te estrego, burra de mi suegro!¡ Mirad con qué se vienen los señoritos ahora a hacer burlas de las aldeanas, como si aquí no supiésemos echar pullas como ellos! Vayan su camino, e déjennos hacer el nueso, y serles ha sano» (II, 10, p. 766).
Me gusta la representación sencilla y distante que Cervantes propone del encuentro don Quijote con Dulcinea como labradora. En vez de presentarla de una manera grotesca, vulgar y satírica, como fue recurrente representar al mundo popular en la literatura áurea, nos revela a unas labradoras ajenas, incrédulas y valientes a las bromas masculinas.
Después de este episodio, don Quijote creerá a Dulcinea constantemente encantada, transformada en labradora o prisionera de sus enemigos hechiceros. El engaño de Sancho también será utilizado por los duques capítulos más adelantes, que van a tramar una compleja burla a don Quijote basada en el encantamiento de Dulcinea (II, 35). Se propone un montaje teatral, una posición burlesca, en la que vemos a Dulcinea por tercera vez en esta Segunda Parte: aparece encarnada por un paje, acompañada por una corte de mujeres barbudas, y también de Montesinos y el mago Merlín, que trae la noticia de que para desencantarla Sancho debe darse tres mil y trecientos azotes «en ambas sus valientes posaderas, / al aire descubiertas, y de modo / que le escuezan, le amarguen y le enfaden» (II, 35, pp. 1008-1009). Esto, para don Quijote supone una nueva tragedia por que la misión de desencantar a su amada no está en sus manos. Y este asunto se transformará para el caballero en una obsesión que le va a acompañar hasta el final de sus días.
Después de estos dos montajes, el de Sancho y los duques, don Quijote nunca más tiene la certeza de haber liberado a Dulcinea del Toboso, que desaparece de la narración con el colofón: «-Malum signum! Malum signum! Liebre huye, galgos la siguen: ¡Dulcinea no parece!» (II, 73, p. 1318).
Dulcinea es un personaje que desaparece de la novela de la manera silenciosa, es un enigma femenino que transita entre el idealismo platónico y el plano de lo cómico, real-verosímil. Su anonimato y ambigüedad literaria me hace vincularla con las mujeres desaparecidas, las muertas, las anónimas de la historia; mujeres que al igual que Dulcinea del Toboso nadie tiene la certeza de su paradero ni verdadera identidad.
- Otras mujeres en el Quijote: pastoras, labradoras, mujeres del hogar:
Azorín afirmaba que si hubiera que ponerle otro título al Quijote, este debería ser un hombre y varias mujeres. Y, es cierto, porque que en la obra de Cervantes se puede reconocer gran parte del universo social femenino del Siglo de Oro. Entre otras mujeres cabe destacar a:
Maritornes: sirvienta y prostituta de la venta de Juan Palomeque el Zurdo. Es protagonista de varios pasajes del Quijote de 1605 y 1615. Sus rasgos físicos contradicen las ideas neoplatónicas, según las cuales la belleza externa se identifica con la interna, la del cuerpo con la del alma. Maritornes es fea por fuera, físicamente, pero tiene buen corazón (por ejemplo, se muestra compasiva con Sancho tras el manteo). También representa la carnalidad y así, cuando acude a su cita nocturna con el arriero, provoca la confusión de don Quijote, desatando una graciosa escaramuza (I, 16).
Las mozas del partido ‘o las prostitutas de la venta’. En capítulo primero I, 1, don Quijote se inviste como caballero andante en compañía de dos ‘mozas del partido’ o prostitutas, la Tolosa y la Molinera. Su inclusión es un ejemplo más de la compleja realidad social del Siglo de Oro en la novela. Baste recordar que las hermanas de Cervantes, llamadas satíricamente en Madrid ‘las Cervantas’, denunciaron a varios de sus amantes por promesa de matrimonio incumplidas, los que debían pagar una restitución por haberse acostado con ellas y no cumplir el prometido matrimonio; en una especie de extorsión sexual[15].
Moriscas: son testimonio de las experiencias de Cervantes como cautivo. Zoraida es la hija del moro Agi Morato; huye de su hogar con el objetivo de seguir a Lela Marién (la Virgen María) y ser cristiana. Para eso ayuda a escapar a un soldado español cautivo, roba dineros a su padre y se fugan juntos a España. Su historia don Quijote la conoce en la venta de Juan Palomeque el Zurdo, entre los capítulos I, 38-41.
En la Segunda Parte, capítulo 63, se presenta a Ana Félix Ricote, una mora conversa que por los azares ha sido cautiva en Argelia. Su historia es un eco la erradicación morisca en España promovida por los edictos de Felipe III.
Pastoras: provienen de una tradición pretérita, greco-latina. En la Primera Parte de 1605, 13, destaca la figura Marcela, pastora hermosa y deseada por varios hombres a los que rechaza por una vida bucólica-pastoril. Encarna el ideal de la mujer independiente y soltera (I, 13). La crítica contemporánea la ha tildado como una de las primeras feministas de la literatura española[16]. Su discurso a la libertad de las mujeres ha inspirado uno de los cuadros de nuestro montaje.
Una segunda pastora de la Primera Parte, I, 51, es Leandra de dieciséis años, hija de un rico labrador. Ella se enamora de un extranjero, Vicente de la Roca, que después de seducirla y fugarse juntos, la desnuda, roba su dinero y abandona en bosque. En represalia su padre la encierra en un monasterio. Leandra es un ejemplo de las adolescentes engañadas y los hombres deshonestos.
Luscinda / Dorotea: son protagonistas de un cuadro amoroso que se narra en la Primera Parte, entre los capítulos 25 y 29. Dorotea encarna la independencia y la libertad de pensamiento, a la vez que habla abiertamente de los hechos íntimos que ha experimentado con don Fernando, al que exige cumplir su promesa de matrimonio tras su vínculo sexual. Mientras Luscinda es un personaje que se conoce de manera gradual, su historia nos es narrada por su enamorado Cardenio, apareciendo sólo en el desenlace del cuadro. Cervantes usa aquí técnica del contraste y el final feliz. Se concluye con las parejas: Dorotea y Don Fernando; Luscinda y Cardenio.
Claudia Jerónima: asesina y prófuga, una de las pocas mujeres picarescas de la novela. Mató a su enamorado, Vicente Torrellas, por haberla engañado y contraído matrimonio con otra mujer. Su historia se presenta en el capítulo 60 de la Segunda Parte de 1615.
La hija del ventero Juan Palomeque el Zurdo. Es una de las mujeres innominadas de la novela. Por sus acciones sabemos que es silenciosa y traviesa. Siempre actúa bajo la presencia de Maritornes. Manuel Machado le dedicó un hermoso poema: La hija del ventero: «La hija callaba y se sonreía…»[17]
Sanchica: es la hija de Sancho Panza y Teresa Panza, representa la inocencia y la sencillez del mundo popular. Su madre, Teresa Panza (o también llamada Juana Panza en el Quijote de 1605) personifica el ámbito de lo doméstico, la racionalidad de la dueña de casa y también es un símbolo del amor conyugal. A pesar de todo, Teresa y Sancho son un matrimonio feliz[18].
El ama y la sobrina: son otras figuras del espacio doméstico, también innominadas; el nombre de la sobrina de don Quijote, Antonia Quijana, lo conocemos sólo en el desenlace de la novela, II, 74.
Las dueñas: ‘señora anciana viuda’ representan el ámbito del hogar y el resguardo de las doncellas. Fueron ampliamente representadas como modelo satírico por la literatura del Siglo de Oro. En el Quijote destacan doña Rodríguez, que sirve en casa de los duques. Es un personaje activo que cuenta sus pesares a Don Quijote (II, 52). Otro caso es la Dueña Dolorida o condesa Trifaldi, un personaje ficcional que inventan los duques para representar el episodio del gigante Malambruno y las tristezas de la raptada princesa Antonomasia (II, 39); en otra de las burlas a Don Quijote[19].
La duquesa: es un personaje que solo conocemos por sus acciones, no retrata ninguna experiencia personal ni íntima. Es descrita sólo de manera externa. Para gran parte de la crítica su intromisión en el Quijote es una crítica de Cervantes a la nobleza ociosa y mal entretenida[20].
A través de este recorrido sumario de las mujeres en el Quijote de la Mancha pretendemos promover una investigación y revisión de los clásicos desde un punto de vista femenino, con el objetivo de reinterpretar sus principales hitos. Nuestra Dulcinea encadenada es una recreación teatral cervantina que se sitúa desde un locus bélico moderno, en consonancia con el propuesto por don Quijote, que trasladamos al caso de las erradicaciones campesinas y las luchas de las mujeres indígenas latinoamericanas. Bajo esta mirada decolonial nos aproximamos al monumental Quijote de la Mancha, obra que todos reconocemos pero muy pocos en realidad comprenden; como un emblema –o ejemplo más– de la usurpación de la memoria colectiva, la cultura y lenguaje de nuestro pueblo hispanoparlante. El interés de socializar y abrir su entendimiento a un público heterogéneo es el origen estético y político de este montaje teatral.
Prof. Rodrigo Faúndez Carreño/ Universidad del Bío-Bío/ rfaundez@ubiobio.cl