El cuerpo humano es afectado y dispuesto (afficitur disponiturque) por los vestigios de un cuerpo externo del mismo modo que ha sido afectado cuando algunas de sus partes han sido impulsadas por ese mismo cuerpo externo (Spinoza, Ética, 2p18dem)
Para Elisa Reyes
Cómo convertirse en piedra. Cómo ir de la carne al hueso. Lento, lento. Tur, tur. Del afuera hasta la cueva, del afecto a la disposición, esa es la “vuelta”. Supongamos que el afuera cede y llegamos hasta el hueso: ¿qué hay? Piedra. Una cueva de piedra, como la boca, que es una cueva de dientes envuelta en carne. O como los besos a la roca, que son cuevas de boca envueltas en la carne del aire. O como la dentadura, que son piedras en hilera que muestra la carne abierta, y que, si no, las viste por terribles exhumaciones, ¡en fin!, por cualquier tipo de proceso que lleve de la carne al hueso.
Llegados a la cueva, oímos que retumba, sentimos el fondo vacío que hace eco, que repite la misma doctrina una y otra vez, y se traba cuando se le apila lo heterogéneo. Esta condición de retumbe es lo mineral del cuerpo y del pensar “humano”, su repetición de muerte, su redundancia original.
Esta condición no-viva, no es que esté tampoco, muerta muerta, sino que “se hace la muerta (1)”, y “no se da por aludida” (2), -definen en un plano extremadamente fino los hermanos Parra-. No se da por aludida de lo que por ella se apila, precisamente porque está expuesta, puesta con otros puestos, eso es lo que la constituye como muerte, y lo que envuelve de muerte todo: la obligación de derrumbar los vestigios apilados por ser afectada y dispuesta (tur-tur) de otro modo por otros vestigios también venidos del afuera. Por eso la cueva, en realidad, nunca es un eco puro, sino que siempre un retumbe lleno, de capas y capas de vestigios, que se dan y se quitan a piedrazos, un eco erosionado de cavidad apilada. Esta muerte, además de desaparición, es redundancia, vestigios de vuelo de mosca y constatación de que no hay tal, porque está muerta en el suelo, pero es mentira que está muerta en el suelo, está semi-muerta en verdad, se hace la muerta, no como otras moscas muertas muertas de verdad, y por el sol, duras. Este fondo vacío del pensamiento y del cuerpo en cambio, esta muerte, es precisamente blandura, pura capacidad, pura potencia de vestirse de vestigios, de ser envuelto en carne y disponerse de mil modos al contacto. Al contacto de lo duro que golpea, que por otra parte se caracteriza como la menor capacidad de recibir vestigios, que le hace poder conservarlos y dar vestigio a otras piedras menos duras con los rigores de su propio orden. Todo es más o menos blando, o duro. La piedra, el Fundamento Mineral, es blandura, muerte que se queda y redunda, desapareciendo sus vestigios mientras se apila.
La vida no nace, se desarrolla y muere, sino que “nace en la muerte” (3), se agrega, en medio del destrozo, de capas geológicas, y es molida a golpes hasta ser otra.
1 Violeta Parra, Decimas, La muerte es un animal. “se hace la mosca muerta”.
2 Nicanor Parra, Versos de Salón, La doncella y la muerte.
3. Samuel Beckett, Malone Muere.
Por: Antonio Montes Sada. Licenciado en Filosofía (Universidad de Chile) Magister en Filosofía (Universidad Alberto Hurtado) Especialista en la obra de Spinoza y de Deleuze.