Esta fue la pieza escogida por el coreógrafo francés del Ballet Nacional de Chile (BANCH), Mathieu Guilhaumon, para contextualizar e introducir ajustes contemporáneos al montaje.
Giselle es una de esas obras donde el público se dispone a ver virtuosismo ante el adagio (movimiento lento, que se realiza acompañando el bailarín en las elevaciones a su compañera), altura de piernas, tendus (sacar la pierna extendida, considerado dentro de los battements petis) con una punta impecable, donde los cuerpos parecen trascender la gravedad y realmente da la sensación que pueden volar. Teniendo en cuenta este despliegue técnico, uno puede pensar ¿Qué más podríamos esperar, si los clásicos son para disfrutarlos? Y este en particular, ya que es uno de los románticos del repertorio del ballet que “cada” temporada se repone.
La historia está basada en el libro de Heinrich Heine De l’Allemagne (1835), en que basa la versión original de Giselle, creada por Théophile Gautier y Vernoy de Saint-Georges, fue estrenada en 1841, esto para interiorizarnos con los antecedentes.
Sin embargo, en esta oportunidad, los encargados de representarla no fueron los bailarines habituales del teatro municipal, sino que los intérpretes del ballet contemporáneo. Este desafío contó además con el aporte de la actriz e investigadora teatral Millaray Lobos; y la música que originalmente fue compuesta por Adolphe Adam (1803-1853) quedó a cargo de la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile, dirigido por François López Ferrer.
La pareja escogida para el protagónico: Vanessa Turelli y Fabián Leguizamón, justifican muy bien su elección. Ya que la cualidad y el flujo interpretativo que poseen, les brinda junto con el gesto, la expresividad que permite leer su sentir. Aquì se hacen presentes los aportes dramatúrgicos de “rescatar la gestualidad” que habita en el teatro. Como parte de esta disciplina, los danzarines lucen una técnica impecable donde la flexibilidad, el equilibrio y la precisión sobresalen. Los protagonistas destacan en su danzalidad “la teatralidad del movimiento”. Aquí el lenguaje contemporáneo comienza a tomar forma en el “cruce” que se plantea. La historia no se ve trastocada en su fondo, tampoco la intención es cambiarla, sino que atreverse a modernizarla. Así fue mencionado por el coreógrafo en un ensayo abierto realizado en el GAM, como parte de las celebraciones en el día de la danza.
Este es un montaje que se aprecia mejor desde la platea alta; donde va a resaltar la instalación escenográfica que prioriza las tonalidades tierra y luego el profundo blanco de la muerte, que relaciona a los intérpretes. Desde arriba uno se deleita con todo el trabajo coreográfico. También se aprecia la intensidad del segundo acto, donde la tragedia se desata con la muerte de su protagonista, para transitar a “willis”(grupo de místicas virgenes nocturnas abandonadas por sus amores que matan a los hombres después de la media noche). El noble Albrecht y el antagonista Hilarión, disputan en un momento el amor de Giselle y luego al morir ésta, también hay un enfrentamiento que le da a la función una pasión que faltaba, el flujo se acelera y logra traspasar y alterar esa pasividad con que el público observa, ya que varias exclamaciones se escuchan. El bailarín Leguizamón, realiza sus fraseos con un peso y prolijidad que adquieren un color que junto a las luces se puede apreciar detenidamente. Lo menciono para destacar su hilo conductor en la interpretación, quedando claro al caer el telón. Esto centrándonos en la trama principal, pero al abrirse ante el resto, hay cosas que le quitan virtuosismo al trabajo.
Estando en la escuela de danza, una de las cosas a compartir en la enseñanza por los maestros, es que dentro de un montaje todos somos importantes. Lo que nos otorga la responsabilidad de no ensuciar ni entorpecer la propuesta, sino potenciarla y que siempre; pero siempre habrá alguien que se fije en nosotros/as aunque estemos en la última fila. Hubo algo en el montaje que no dejare sin mencionar, en la escena en que las willis vienen como espíritus de muerte a buscar a Albrecht, dos de los intérpretes, se sonríen de frente al encontrarse, lo que en el contexto de la escena es absolutamente reprochable y más aún si no en una muestra escolar sino que son parte del BANCH. Una obra si no es presentada como un sólo o un dúo y que contempla a un ballet completo, significa que todos estos son parte importante de la representación de esta, lo menciono para que se tenga presente, ya que son varios los danzarines que audicionan año a año para ingresar al prestigioso Ballet Nacional Chileno.
Retomando la propuesta, es inmensurable destacar el aporte de Millaray Lobos, porque sus conocimientos de la dramaturgia teatral le otorga al clásico ballet, un aporte escénico que lo enriquece otorgándole vida con soplos nuevos. Las propuestas de género al no excluir a los bailarines de los/as willis le otorga la belleza en la escena más aplaudida, por la sutil estética que realizan con el tul, que cubre a los intérpretes, citando la muerte. El acierto coreográfico en la temporalidad para encajar los tiempos de la caída de la tela y los pasos de los bailarines, hacen de esta escena una de las más emotivas.
Finalmente, esto es danza contemporánea, por eso…
“Entre ir o no ir, siempre asista. Así se construyen diversos espectadores, para diversas propuestas…”
Grisel Rico. Coreógrafa