HAY LUGARES COMUNES PARA TODO y para todos. Lo que permite encontrarnos, y en dicho encuentro conocernos de nuevo, como en un espejo fundamental de la conciencia. Esa es la representación.
El teatro viene de ahí. Peter Brook terminó de entenderlo cuando leyó en profundidad el estudio de las neuronas espejo.
No podemos no reflejarnos en lo que hacemos y eso debe ser variado. Nuestra inteligencia se desarrolla en la elaboración de respuestas a emociones distintas, opuestas o similares. Pero nunca en las repeticiones invariables. Chaplin apretando tuercas en una cinta industrial en “Tiempos Modernos” terminaba transitoriamente en el manicomio. El anónimo protagonista de la serie “Severance”, puede ser nieto de Chaplin y no está alienado, es alienado de adentro. Ya no puede elegir, porque no tiene opciones.
La mención viene a cuento para enfrentar el “Hamlet” del National Theater de Londres, que transmitirá el teatro Nescafé de las Artes.
Si la mayoría no tiene opciones, ¿qué puede significar un príncipe dubitativo que escucha discos vintage, que se pone a llorar con facilidad y que medita entre las posibilidades que se le presentan mientras los demás lo obedecen?
Un estudiante universitario: “eso es pura cuestión burguesa, la mayoría no puede hacerse preguntas”
Según esto último la tragedia de Shakespeare periclitó con el socialismo, lo que no fue obstáculo para la maravillosa versión soviética dirigida en cine por Grigori Kosintsev en 1966. Según la puesta en escena de Lyndsey Turner, con sus intenciones modernistas, su reparto (muy adecuado) casualmente bi racial (o daltónico) y sus chistes mal disimulados, Hamlet es un carácter que está suspendido por sobre las circunstancias espacio-temporales, a las que están atados todos los demás. Empezando por los espectadores.
Puede que este “Hamlet” atraiga por su falta de solemnidad y de seriedad de esa que solemos atribuirle a los títulos de la Alta Cultura, es decir a la que aburre y que le gusta a los viejos. Por eso este montaje es una buena noticia: puede gustar a los jóvenes e interesar a los mayores de edad y con alguna actividad cerebral que se proyecte más allá del celular.
Principalmente eso se puede deber a que el rol del título lo sostiene (y se divierte con ello) Benedict Cumberbatch, un actor irreverente, pero bien, muy bien, educado en las disciplinas que permiten sostener responsabilidades mayores en un escenario.
Vamos por partes, como diría su maravilloso personaje de “Frankenstein”.
- Pronunciación impecable, pero natural, fluida, cercana a lo coloquial. Nada de engolosinamientos formalistas con el idioma, ni acartonamientos de presentador televisivo, aunque hoy eso en la “tele” ya no saben ni siquiera que existe como posibilidad, basta un par de garabatos y emisión vocal mezquina, lo que da muy cercano y “shoro”.
- Expresión corporal que envidiaría un gimnasta, siempre y cuando algún gimnasta actual pudiera envidiar esa cualidad expresiva, orientados como están a la perfección abstracta. Cumberbatch maneja dosificadamente sus vértebras y tendones para que estén siempre ordenados en sentidos opuestos y con eso da la tensión visual que requiere este personaje y cualquier otro.
- Control emocional very british, con lo cual nunca sabemos si lo suyo es una representación consciente con el fin de engañar, o una estrategia para no desgastarse mucho con el personaje cumbre de la dramaturgia. Con tal control mantiene equidistancia de estados anímicos opuestos, lo que le permite llegar sin esfuerzo al dolor, a la sátira y a la desesperanzada aceptación de sus propios límites.
- Físico para el rol. Alto, delgado, plástico y elegante, Cumberbatch parece dibujado para el talle aristocrático y la melancolía decadente. Su rostro de capibara, ardilla o galgo corredor, termina por hacerlo inconfundible y portador de un mensaje casi cómico, casi patético, casi trágico.
Es en los casi donde se maneja toda la puesta en escena de esta versión, que se parece poco a otras, sin que eso signifique extravagancia o rupturismo de liquidación de temporada. Todo el diseño de escenografía, vestuario, música y tonalidad oscura de la iluminación parecieran ser los perfectos para esta historia, hecha también de histeria y carente de gloria, como corresponde a la de una época ya sin ansias de trascendencia o esperanzas siquiera de que lo sublime pueda asomarse por ahí a entibiar el cercano sarcófago en que todos irán a parar luego.
Puede que no todo esté bien resuelto, a pesar de la inteligencia de los recursos, de la coherencia y del cuidado puesto en que todo esto parezca el Hamlet de Shakespeare, a pesar de las irrupciones de originalidad contemporánea y del buscado y rebuscado tono coloquial de algunos momentos.
Alterando el orden de las escenas se obtienen algunas originalidades y una fluidez de relato que sabe esquivar la pomposa solemnidad del original, como la escena de los guardias que se inquietan por “el olor a podrido en Dinamarca”, pero todo se subsana luego por este Hamlet disfrazado de soldadito de plomo y sus salidas de tono, que al volver a la tragedia valoran aún más ciertas opacidades del drama.
Recomendación absoluta para jóvenes curiosos que quieran asomarse a un monumento dramático que conoce pocos rivales y que contiene en sí el Aleph, el nudo gordiano, el carrusel, el núcleo atómico de todos los conflictos, traumas, errores, horrores y maravillas de la condición humana.
Benedict Cumberbatch, entretenido, intenso, divertido y siempre interesante, está a las alturas de sus ilustres colegas que lo antecedieron, siendo o no siendo, tal vez simplemente estando.
Citando algunos de épocas distintas que tenemos aún disponibles en conservas audiovisuales: Sarah Bernhardt, Asta Nielsen y Judith Anderson entre las mujeres. Laurence Olivier, Innokenti Smoktunowski, Maximilian Schell, Christopher Plummer, Kenneth Branagh, Mel Gibson, John Gielgud, Nicol Williamson, Richard Burton, Toshiro Mifune, Ethan Hawke, Ian McKellen. No todos sublimes, pero al menos esforzados y meritorios.
¿Cuántos ha visto en teatro?
Por si no lo había notado: ¿Ha visto realmente “El rey león”?
Neuronas espejo, re-presentación, ser del estar, sí pero no = Hamlet
David Vera-Meiggs