Apoyada en las sensibilidades poéticas de Baudelaire. Poe, Redón, incluyendo el aporte singular del pintor Klimt, la coreógrafa inglesa Caroline Finn articula el último montaje de la compañía Banch: “Claude’s Cave”. Caroline Finn es conocida en el medio nacional ya que con anterioridad, específicamente el año 2015, había permanecido en el país con el montaje “La mesa aún es Verde” basada en una propuesta creada por el Alemán Kurt Joos. Su regreso al país es a expresa solicitud de Mathieu Guilhaumon, con el encargo de auscultar una particular mirada al músico francés, Claude Debussy. Conocida en todo el orbe musical es su melodía “Claro de Luna”; citada esotéricamente para conectarse con el reservado y peculiar mundo de los ángeles custodios.
Es importante contextualizar sobre el músico y su obra, bajo quien se basó la directora Finn para armar los cuadros coreográficos, teniendo especial énfasis en la propuesta escénica. El vestuario y el espacio lumínico la lleva a explorar en la “fría y húmeda europa de fines del siglo XIX y principios del siglo XX”. Los misterios de la creación y tratar de entenderla. La cabeza de un niño hermético y una infancia silenciosa; son debido a la situación carcelaria de su padre en los primeros años. Pero, a diferencia de lo que se puede creer, fue su progenitor quien llevaba al infante Debussy a escuchar canto lírico y, con esa experiencia comienza la relación de Claude con la música. Su formación académica pasó por diferentes escuelas de piano y tendencias artísticas. Es considerado un desertor de la escuela “impresionista”.
Es un compositor con propuestas bastante claras y las defensas ante su estilo son acérrimas. Esta invitación a visitar el mundo interior del músico nacido en Saint Germain-en-Laye, en 1862; está sustentada en las obras más melancólicas de los “poetas simbolistas”; tales como Charles Baudelaire, Edgar Allan Poe, Odilon Redon y Gustav Klimt. Con todo este material es lo que trabaja la coreógrafa Caroline Finn, para lograr que “la vida real y sus eventos se entremezclan con los espectros de la imaginación, creando un lienzo sobre el cual se retrata la mente del artista”.
Entonces, el montaje con fluctuantes 17 intérpretes en escena, hace que el espacio jamás deje de moverse, confeccionando una escenografía muy bien planteada por el realizador Antonio Morán; ya que no satura la propuesta y permite desplazamientos en cada dirección del escenario, ocupando las diagonales para otorgarle una profundidad mental, al citar a la coreógrafa en relación a su idea. El vestuario a cargo de la diseñadora Carolina Vergara, con tonos fríos que favorece un planteamiento melancólico de época y de los artistas, lo que genera una sensación de humedad casi tísica. El diseño de iluminación a cargo de Andrés Poirot y su asistente Karl Heinnz Sateler, trabaja puntos de atención que orientan la mirada del público, obteniendo una labor bien ensamblada en un lenguaje común a favor de la coreografía y no siendo comparsa.
Con todo esta creación se logra construir un símil a la caverna de Platón; donde conocemos y nos quedamos con sólo una fracción de la creación del músico francés, siendo que sus creaciones abarcan derroteros mucho más amplios que los conocidos.
Quizás para quienes pretendían un Debussy sólo conociendo su más aclamada obra “Claro de Luna”, resulte extraño no ver en parrilla la escenificación de esos acordes. Siendo su creación más destacable, no es recomendable instalarse en la complacencia para beneplácito del público y obtener el aplauso fácil. En lo visto, se percibe un riesgo que posee el montaje en diferentes puntos: ejemplo de ello son bailarines cayendo por una ventana de manera reiterada(a una altura de tres metros aproximado), una intérprete sumergida en un vestido blanco lleno de pliegues, que menciona un texto imperceptible y susurrante, una presencia oscura en zancos de una de las intérpretes con un sombrero de ala ancha, generando una tensión al espectador por lo complejo del desplazamiento, los fraseos contemporáneos catatónicos en algunos lapsos, sonidos constantes de clavijas, que van marcando un ritmo, pero también invita a no distraer la atención.
Claramente se aprecia el sentir gozoso que inunda la escena, ejecutada muy bien por los intérpretes del ballet, en terminación de fraseos y manejos de la energía interpretativa y, como he mencionado, aquella necesidad que permite la escena contemporánea, y en especial cuando se trabajan propuestas como la apreciada.
Es una pieza para un público activo y atento a los detalles, donde la escena está copada de elementos sorpresivos. Lo que subliminalmente es citar la obra del creador. Ya que en ella todo es permeable a lo que acontece alrededor; y dependiendo principalmente de su orientación, es significativo el espacio y los momentos. En el caso de un músico: una gotera tiene un tiempo y un lugar donde el caer es significativo. No siendo lo mismo en madera, un trozo de metal o un ladrillo.
Por los elementos integrados principalmente en ésta pieza, y para quienes son cercanos a Debussy o a la danza contemporánea, se requiere un público acostumbrado a la hibridez dancística. Pero esa labor se trabaja para generar nuevas audiencias, educarnos en asistir a las representaciones en sus lugares correspondientes. Este es un trabajo sobresaliente del Banch, y un gran acierto de la coreógrafa Caroline Finn, dando como resultado un gran logro presente en la cartelera de danza para este mes. Y los ángeles….siempre están en escena presentes.
¡¡¡Siempre, pero SIEMPRE. Entre ver y no ver, VAYA!!!
Así también se construyen nuevas audiencias, para las diferentes manifestaciones artísticas.
Grisel Rico. Coreógrafa.