“Creo en la naturaleza, en los amores, en los afectos, en mi trabajo y en mis amigos. Amo a la gente, amo a la vida. Es quizá por eso que, como contrapartida, la vida me ha amado. Me considero un hombre que ha tenido mucha suerte”. Marcelo Mastroianni en “Marcello Mastroianni: mi ricordo, sì, io mi ricordo” Documental biográfico dirigido por Anna María Tatò.
Un 28 de septiembre de 1924 en Fontana Liri, Lacio, Italia, nació Marcelo Vincenzo Domenico Mastroianni, el gran divo del cine italiano. Su relación con el cine se inicia en su infancia; ya a los 8 años andaba por los set de Cinecitta. Marcelo Mastroianni, llegó a actuar en cerca de 150 películas; muchas de ellas como protagonista, y en otras tantas, en su infancia y adolescencia, como figurante o extra. Desde niño el cine fue su objetivo, aunque su gran amor siempre fue el teatro, donde represento personajes clásicos del teatro, de la talla de autores como, Anton Chejov, Williams Shakespeare, Carlo Goldoni, Moliere, Luigi Pirandello, Tennessee Williams, Arthur Miller, Víctor Hugo, entre otros, amén de una comedia musical, Ciao Rudy.
No caben dudas, Mastroianni, en el cine y en el teatro, fue mucho más que un “latinlover” cinematográfico. En su autobiografía publicada con el título “Si, ya me acuerdo…” , Mastroianni hace ver su predilección por el teatro. Consideraba que en el cine hay menos humanidad, ello ya se enuncia en el título que le asigna al capítulo de sus memorias, que aquí compartimos, “Del Templo a la olla podrida”.
“A veces me preguntan en qué se diferencia el teatro del cine. Habría mucho que hablar al respecto, pregunten a los teóricos, a los “consagrados”. Diferencia hay, desde luego, en el sentido de que el teatro exige una disciplina, casi me atrevería a decir una «religiosidad», que en el cine no existe.
El teatro es un templo, un templo donde no entra nunca el sol. Se trabaja siempre con poca luz, en medio del silencio más absoluto; el texto es respetado hasta la última coma, se trata de ahondar, porque todo se sostiene en la palabra. Sin embargo, hay un calor familiar que me gusta cuando, por la noche, la obra termina y todo el mundo se marcha a su casa, mientras que el pequeño grupo de actores, si existe buen entendimiento entre ellos, va al restaurante que permanece abierto sólo para los actores; y allí se comenta la velada, las “morcillas” que se han introducido, los fallos cometidos, se ríe, se bromea. Se está muy bien, ésa es la verdad. Lástima que el teatro comience por la noche, a las nueve, porque hasta esa hora uno no sabe qué hacer, sobre todo cuando está de gira, cuando se encuentra apartado de los amigos, los contactos, las relaciones. En esas circunstancias el día se hace larguísimo. Muchos van al cine, pero yo no voy nunca; el resultado es que me paso muchas horas encerrado en el hotel y a las siete ya estoy en el teatro. Sí, sólo por matar un poco tiempo.
En cambio el cine es otra cosa. No hablo de “estilo”, de representación, donde también algo cambia: en el cine lo fundamental es el ojo, el primer plano, mientras que en el teatro es la voz. El actor debe tenerlo en cuenta. En el cine no se representa con todo el cuerpo; en el teatro, sí. En el cine siempre se aparece cortado más o menos por aquí, por encima del ombligo, cosa que a mí me desagrada, porque el cuerpo tiene una función específica, expresa la actitud de un personaje y también un estado de ánimo.
Pero confieso que quizá prefiero el cine al teatro precisamente por su extravagancia, por sus aproximaciones e improvisaciones, por la confusión, por las cosas “cogidas por los pelos”, por esa especie de microcosmos en el que todo se mezcla… En el cine hay de todo, desde el que acaba de salir de la cárcel hasta el poeta, porque el cine no pide referencias, no pide nunca nada a nadie; todo queda bien en esa especie de olla podrida. Y eso es un aspecto bastante mágico del cine. Es como ir de campamento. Se llega a un lugar y uno monta la tienda, otro enciende el fuego, otro va a buscar algo para comer. Y luego… ¡Preparados! ¡Se rueda!
Mastroianni durante diez años fue actor teatral. Es en el año 1945 cuando sus pasos se empiezan a escuchar en los set cinematográficos. Sus primeros trabajos fueron como figurante para una compañía cinematográfica, actividad que compartía con clases de actuación en el Centro Universitario Teatral. Y estudios de arquitectura en la Universidad en Roma. Es recién en 1947 cuando, dirigido por Ricardo Freda, en la adaptación de la novela Los Miserabili de Víctor Hugo, debute en la pantalla cinematográfica. De ahí represento roles protagónicos en las creaciones cinematográficas de muchos de los mejores directores de Italia; rodando, entre 1939 y 1996, la no despreciable cantidad de147 películas,
Marcelo Mastroianni protagonizo las que pueden ser consideradas las más celebres, y relevantes, obras de la cinematografía italiana: La dolce vita, 81⁄2, La Notte, Divorcio a la italiana, Ayer, hoy y mañana, Matrimonio estilo italiano, La decima vittima, Un día especial, Ciudad de mujeres, Enrique IV, Ojos negros y Stanno tutti bene.
Así como también, fue requerido en los elencos de los más destacados directores italianos de cine y teatro, como, por ejemplo: Vittorio De Sica, Mario Monicelli, Luchino Visconti, Federico Fellini, Giuseppe Tornatore, Michelangelo Antonioni, Mauro Bolognini, Dino Risi, Etore Scola, Carlo Lizzani, Pietro Germi o directores de cine europeos y latinoamericanos como: Louis Malle, Roman Polanski, Jules Dassin, Nikita Mijalkov , Manoel de Oliveira, Agnes Varda, Luis Malle, Robert Altman, o Raul Ruiz y Maria Luisa Bemberg. En París, actuó en teatro bajo la dirección de Peter Brook y Nikita Mijalkov.
En su prolífica y extensa carrera cinematográfica obtuvo numerosos honores internacionales, dos premios BAFTA, dos premios al Mejor Actor en festivales de cine de Venecia y Cannes, dos Globos de Oro y tres nominaciones al Premio Oscar de la Academia. Entre otros reconocimientos. Y, a propósito de reconocimientos, no podemos terminar sin reconocer que, tanto Marcelo Mastroianni como Sofía Loren, que en reiteradas ocasiones fueron parejas cinematográficas, siendo los más grandes divos del Cine italiano.
Por Daniel Omar Begha Olivarez.