Me invitaron a ver “Cuestión de Ubicación” de la @organillerateatro. Cuando JUAN RADRIGÁN está en el texto, voy con paso seguro a pasar un buen rato. Diálogos coherentes, divertidos, reales, creíbles, podría estar echándole flores todo el día a la dramaturgia de Juan, que además trabaja esta obra en particular con otro grande: GUSTAVO MEZA.
El foco está puesto en una característica particular de nuestro pueblo, por ende de cada uno de nosotros, y es ese afán aspiracional que no hace correr a tener todo aquello que tienen los demás aunque no tengamos donde caernos muertos; como “piojos resucitados” decía mi abuela. No es necesario ir a los estratos más bajos, esto es una práctica común a todas las clases.
Esto se notó más en los fines de los 70 por todo el boom de los electrodomésticos fabulosos que el capitalismo estaba permitiendo importar.
Estuve muy cómodo; con la escenografía, con la participación sonora, sutil y pertinente; con las actuaciones brillantes, más aún con la de la muchacha enferma, me tenía al borde de llamar a una ambulancia, la mejor enferma que he visto sobre las tablas en el último tiempo. Me trajo recuerdos de mi infancia sin televisor y de mi familia gritona con esa estructura de padres autoritarios. Aplauso cerrado para todos.
Otra de las actuaciones que me sorprendió enormemente, es (voy a omitir detalles para no robarles la sorpresa cuando vayan a verla) el personaje de CHRISTIAN, el típico pendejo odioso que saca de quicio a la hermana pero que la adora. Premio aparte para esta performance.
Para este espectador, el teatro tiene esa magia de poner en escena, principalmente, aquellas tragedias y dramas que nos caracterizan, como la traición, la envidia, la pobreza de espíritu, el engaño. El observador tiene la posibilidad de entretenerse o de crecer si logra verse reflejado en la historia; allí es cuando ocurre la magia del teatro, y Juan Radrigán supo poner sobre las tablas todos nuestros vicios y virtudes.
Esta obra tan bien presentada por la compañía ORGANILLERA TEATRO, no es la excepción, y deja una tremenda lección que aún debe ser aprendida y que habla de lo aspiracional que podemos llegar a ser, aunque esto nos traiga la ruina.
EL ESPECTADOR