
No todo es memorable en el género, pero ¿qué género podría ser infalible?
Quizás si se pudiera culpar al individualismo de la modernidad por el aumento de los memoriosos.
Las de los actores suelen tener un epicentro en el propio ego, esa zona del ser sin la cual el arte no funciona.
El ingenuo más cercano preguntará: ¿y cómo hacían arte en la Edad Media, en la que los trabajos eran anónimos?
Con la voluntad de ganar el Paraíso, un asiento en la mesa-tablón de los frailes, lugar al que se podía acceder con fatigas de años, que en aquel entonces duraban más que los nuestros. Aunque es evidente que cada uno alcanzaba a celebrar bastante pocos, si se compara a los que vivimos hoy.
Si un artista accedía a la mesa de los frailes (pobre, pero digna) podía acceder a cruzar palabra con algún noble tonsurado o algún distinguido y anónimo ciudadano de importancia.
Pero a eso no accedían los actores. Recordemos que ni siquiera tenían derecho a ser enterrados en un cementerio, lo que sí merecían los buenos (y malos) cristianos.
Hoy los actores gozan de un prestigio desmesurado, especialmente aquellos que aparecen seguidos en la red de pantallas que tienen atrapado al imaginario de la mayoría.
Los tiempos que corren y corren y corren.
Pero despacito, como en sordina y en modo murmullo han aparecido unas memorias. Las de una actriz de aquellas capaces de hacernos ver lo que ahí no estaba y que afortunadamente para las generaciones venideras, seguirá haciéndonos ver nuevas cosas que aún no están. Gracias Séptimo Arte por tu capacidad de conservar la memoria visual de la especie.
Shenda Román ha sido creada para conservar en sí la imagen de un tiempo, de una clase social, de la mujer de una época, de emociones mudas, de mentiras tensas y estratégicas, de afirmaciones categóricas. Ecos de una épica que definieron un siglo.
Esos ecos han llegado como murmullos en una escritura de alta estatura, en todo proporcional al prestigio teatral de su autora.
Una de las desgracias de los jóvenes actuales es su desconfianza de la memoria. Para ellos existe un transcurrir que debe parecerse lo más posible al de los otros, que a su vez debe parecerse lo más posible al momento eternamente actual que nos proponen los catéteres cibernéticos, a los que tantos, casi todos, son adictos.
Nada más lejano de la experiencia del texto que propone esta descomunal actriz. Acá todo es filudamente real. El paisaje de un norte chileno que es también un sur peruano, cuando la Línea de la Concordia aún no existía. La vida de los pobres transportables, cuando la palabra inmigración estaba en algún diccionario poco explorado. Los afectos familiares en una época en que las instituciones se moldeaban y acomodan a las necesidades del momento. Un Chile dramático, que conocerá todas las gradaciones de la caída económica, mientras las manifestaciones culturales iban en sentido contrario. De tales cruces se benefician los inteligentes y los creadores, pero la mayoría siente la pesadez de las carencias. Entre tensiones políticas de alto calibre y cambios insólitos, la joven protagonista de esta aventura compartida con una generación completa, se va envolviendo en los hilos de toda la gama de emociones, lamentándose poco y moviéndose mucho.
Esas circunstancias amasaron el carácter rudo, vital y arisco de una actriz difícilmente repetible, de una intensidad afinada en el crisol de las necesidades, los apetitos y los anhelos. En ese orden.
Sabemos que la memoria teatral suele ser corta, pero desde la aparición de los teatros universitarios, esa memoria tuvo dónde guarecerse. Uno de esos techitos que nos ha regalado la modernidad es el cine. Como si fueran pocas las virtudes de la protagonista de estos “murmullos”, Shenda ha tenido la bendición de la fotogenia, es decir la capacidad involuntaria de expresar contenidos en un rostro difícilmente confundible y de una belleza que contiene todas las razas, todas. También todas las emociones, todas y especialmente aquellas que se le adhirieron por haber sido salpicada por la tragedia chilena de los setenta. Es que estaba en las primeras filas, como los espectadores apasionados.
MEMORIAS EN MURMULLOS, es un libro indispensable para ensanchar horizontes y profundizar miradas sobre nuestro ser chileno en el mundo. Entretenido como pocos y de una intensidad a veces telúrica, otras sensual. Agotada la primera edición, se murmura que vendrá una segunda. Por algo será.
¿Podrá una cultura olvidar las miradas furtivas de Shenda husmeando por un departamento burgués en “Tres tristes tigres”? ¿Era la suya la mirada inquisitoria del proletariado juzgando las intimidades de una clase social que se deseaba condenar en aquellos tiempos? ¿O era lo mismo, pero con un ingrediente de arribismo y envidia, que a fin de cuentas terminó imponiéndose en la historia?
Involuntarias profecías del arte…
Por: DAVID VERA