Quizá no sea el más indicado para escribir esta crítica, puesto que desconozco dónde realmente me encuentro: si antes, en medio o después del amor. Recuerdo que, en Amuleto, Roberto Bolaño señalaba que el amor nunca trae nada bueno, siempre trae algo mejor. Me gusta pensarlo así, de forma tal que el dolor disminuya ante la prerrogativa de que se pudo haber hecho algo mejor.
La historia que acompaña la obra Smiley, después del amor del dramaturgo español Guillem Clua, presentada en Teatro Azares, es una de esas que se ven acurrucados en el sofá de la casa, con una cassata de helado y una caja de pañuelos desechables a la mano, al igual de como se disfrutaría Love actually o Aprés vous. A pesar de que el vestuario, la escenografía o la ejecución de los actores no es la más acertada, la dramaturgia, el mensaje y la serie de datos heterocuriosos e históricos de disidencia nacional logran zafar de la materialidad que, ciertamente, desvía la mirada de su objeto. En escena dos cuerpos disímiles, uno aparentemente abandonado y otro aparentemente tonificado, interactúan en una lógica de ex’s que se reencuentran en la vía pública. El matrimonio de uno trae la desgracia del otro. Y la desgracia del otro se transforma en desgracia de ambos. Vemos en escena, entonces, a un par de desgraciados que son perseguidos por sus fantasmas, conducidos por el deseo que alguna vez existió entre ambos.
Las actuaciones de Esteban Fuenzalida (Alex) y Andrés Olea (Bruno) son bastante amistosas, pasando por alto algunos detalles técnicos, uno como espectador logra identificar con facilidad los caracteres y disfrutar de ellos. Por otro lado, la escenografía y vestuario parecieran no tener una mayor investigación más allá de la mera aparición de una circunstancia dada, o bien descripción de personaje, dejando de lado los detalles y su (a)significación material. Sin embargo, quisiera remitirme a lo que más me cautivó: la dramaturgia. La estructura del texto intenta recapitular lo que dejó el amor alguna vez, siguiendo sus huellas en una especie de realismo alleniano, aunque a veces subestimando la capacidad de los espectadores para seguir el hilo de la trama. Por ejemplo, había quedado más que claro que Alex y Bruno eran ex’s. No era necesario explicarlo, independiente de haber visto la versión de Netflix o escuchado alguna vez sobre la novela del mismo nombre. Creo que esas son cosas que la puesta en escena, la interpretación misma, resuelven. Lo que en realismo se ha denominado como “subtexto” y que los actores bromeaban con el “subacuático”. Me parece, desde mi poca experiencia en el arte de amar, que está escrito por alguien que ha sufrido lo que ha tenido que sufrir en el amor y que, por tanto, es alguien que sabe de lo que se trata, o al menos que sabe identificar la huella que la pasión amorosa deja al pasar. Quizá solo me faltó ver la presencia de las amistades. Ciertamente, ante el sufrimiento del desamor la red de apoyo de cada una de las partes es imprescindible para salir adelante, o a flote, de la agonía amorosa que en los primeros días se vive. Aunque esto puede ser rápidamente refutado por tratarse de un reencuentro después de un tiempo realmente significativo: diez años. Se sabe, por ejemplo, que en el Speculum Amoris de fray Máximo de Bolonia se escribió acerca de la enfermedad amorosa, o el mal de amores, recopilando una serie de citas que explicaban su padecer y otorgaban variados remedios. Allí, Ibn Hazm definía el amor como “una enfermedad rebelde, que solo con el amor se cura, una enfermedad de la que el paciente no quiere curar, de la que el enfermo no desea recuperarse” (Eco, El nombre de la rosa). En este sentido, todo término de relación implicaría un acto de recuperación, de salvación del propio yo, de profunda autonomía respecto a su ombligo. Esto es lo que Savater identifica como un procedimiento egoísta en tanto corresponde al presupuesto fundamental de todo valor: la libertad. Es por medio de esta que se devela el deber primordial de nuestro querer (ser). Y, en cuanto surge, se despliega un contenido completo de voluntad que persevera por una cuestión que le es propia: el de amarse a sí mismo no contra los otros, sino porque existen otros. Verbigracia, el no matarse por no tener el amor del otro -el amor idealizado que uno exigiría del otro- es un acto que se constata propio de esta perseverancia.
Álex, el personaje que es despechado, decide renunciar al amor ideal y, con ello, idealiza la inexistencia de todo amor posible. Mientras que Bruno, el personaje acorralado, busca entre sus múltiples posibilidades ese amor que ha decidido idealizar. Pareciera ser en este sentido que, ante el afortunado, o bien desafortunado, reencuentro entre los que alguna vez se amaron, lo que aparece entre estos es aquella falta de amor propio, no dada porque hayan sido demasiados altruistas o solidarios, sino porque en la lógica de quién daba más por el otro terminaron desviviéndose por imágenes fantasmagóricas, inexistentes. Uno concluye en casarse con quien, si bien no es necesariamente el amor de su vida -que lo une a él con un hilo rojo entre la multitud-, satisface sus cuidados en medida proporcional a lo que necesita; mientras que el otro decide volver a reencontrarse con esa persona que le importaban más los comienzos que los finales, con aquella voluntad de amar como si de su propio amor se tratase. Con ello, se rearticula el principio egoísta del amor propio, lo que nos permitiría (siguiendo la lógica de la obra) ofrecer una sonrisa abierta al otro sin esperar nada a cambio.
Pareciera ser, entonces, que todo lo que viene después del amor no aspira sino a una particular manera de apreciar al otro en la medida en que nuestra sensibilidad es capaz de comprenderlo. Sin embargo, para ello debemos saber dónde nos encontramos respecto al amor: si antes, en medio o después. Cuya cosa, solo el tiempo lo dirá.
FICHA TÉCNICA: Autor: Guillem Clùa. Dirección: Miriam González Tamayo. Elenco: Esteban Fuenzalida y Andrés Olea. Música y Piano: Koldo Blanco. Chelo y Arreglos: Pepe Arias. Flauta: Carlos Bueno. Diseños Escenografía y Vestuarios: Carla Meza. Diseño Iluminación: Juan Pablo Martinez. Técnico: Javier Barrera. Producción: Miriam González & Andrés Olea
Por: IGNACIO BARRALES-PARRA, Magister en Artes.