Desde el retorno de la democracia en Chile, la gestión cultural (como praxis, campo y profesión en construcción) ha estado presente en la puesta en marcha de políticas culturales que tanto organismos estatales como entidades independientes, han impulsado para fomentar el quehacer cultural a lo largo del país. En sus inicios, esta profesión surgió como un encargo social del campo cultural, por la demanda de nuevas competencias y habilidades, en un sector que comenzaba a requerir de procesos y herramientas de gestión para la puesta en marcha de iniciativas culturales y proyectos. Así, con el paso de los años, la gestión cultural se fue construyendo como el engranaje del complejo entramado que da vida al campo cultural, siendo de gran apoyo a la labor que realizan artistas, cultores, educadores, espacios culturales y tantos agentes culturales por todo el territorio nacional.
No se puede ser indiferente a los enormes cambios que nuestra sociedad ha estado experimentando en los últimos años. Con el estallido social, muchas voces en el sector cultural agudizaron las exigencias en materias de políticas culturales, demandando mayores y mejores mecanismos de participación en el campo cultural, como la democratización de recursos y con ello la consideración de los territorios, peticiones que por ejemplo han surgido desde agentes regionales que han visto cómo las políticas culturales continúan perpetuando lógicas centralistas, como la criticada Ley de Artes Escénicas y con ello el Fondo Nacional de Artes Escénicas, que para ojos de varios y varias, está desfavoreciendo enormemente el fortalecimiento de la escena regional.
A este contexto social, se ha sumado una crisis sanitaria que ha desnudado por completo la precariedad del sector de las artes escénicas en todo el territorio nacional. Con una gran cantidad de proyectos interrumpidos, no solo la falta de mecanismos de financiamiento ha revelado la fragilidad de todo un sector que no puede sostenerse sin apoyos estatales, sino también, la baja profesionalización de la gestión en diversas organizaciones, compañías y espacios culturales, lo que refleja el resultado de años de políticas de financiamiento cultural enfocadas en la creación y producción artística en desmedro del fortalecimiento de la gestión, como praxis necesaria para todo agente cultural.
No obstante esta realidad, a pesar del negativo impacto a la economía del sector cultural, esta crisis ha otorgado la oportunidad para llevar a cabo procesos reflexivos entre diversos agentes culturales en todo el territorio nacional, bajo un contexto de cambios sociopolíticos que se presentan como un escenario favorable para re pensar las formas y generar/fortalecer las redes de colaboración. En este aspecto, vitales han sido las instancias de debate, los conversatorios programados por organizaciones culturales, universidades, espacios culturales, colectivos, municipalidades y diversas entidades que, en conjunto, han generado un entramado de miradas de un nuevo periodo para la gestión cultural, asumiendo el cierre de una era para la apertura de otra, un periodo “bisagra” – como le han denominado algunos gestores – en tiempos de incertidumbre, que invita a realizar pausas para reestructurar y fortalecer los mecanismos de acción.
Por ejemplo, dentro de tantas reflexiones generadas en múltiples espacios de encuentro, parte de lo urgente ha sido pensar en los públicos, en cómo volvemos a los teatros, a los espectáculos, el cómo se comienza a incorporar la virtualidad en las prácticas culturales, el pensar la noción de ser público, el ser parte de una cultura, ser quien la produce. Las instancias de reflexión han puesto foco en el fenómeno de la participación cultural, en la búsqueda de nuevas estrategias que permitan replantear las formas de implicancia y acceso a los bienes culturales, en un contexto de cambios, donde la virtualidad emerge con fuerza como un espacio de vida, participación y encuentro entre las personas. Se ha discutido sobre cómo pensar los nuevos formatos, los espacios no convencionales, las plataformas virtuales y tantos espacios de participación cultural que estos últimos meses han probado la creatividad de sus ejecutores y han buscado nuevas formas de relacionarse con las demás personas.
Si bien han sido tiempos para hablar de apoyos reales y profesionalización del sector, poniendo foco en el fortalecimiento de la economía y la reconfiguración de la noción de Participación Cultural, los mecanismos para el fortalecimiento de la gestión continúan siendo escasos, especialmente en regiones (como sucede en la región de Coquimbo), donde se ha seguido pensando la política cultural pública solo en función de la programación de actividades artísticas (el programar por programar), más aún en tiempos de pandemia, donde los únicos instrumentos de apoyo al sector cultural se han traducido en la generación de programaciones virtuales con la adquisición de obras artísticas para esto (entendiendo esta medida como una estrategia inmediata de apoyo financiero a artistas y productores), pero nulas instancias de apoyo a la gestión de los proyectos y las organizaciones, con financiamiento que, además de ayudar a mejorar y fortalecer los procesos de gestión en tiempos de pausa programática durante esta pandemia, ayude a la empleabilidad de diversos profesionales del ecosistema cultural que apoyan la labor de creadores, intérpretes y organizaciones.
Estamos resistiendo pero a la vez en pausa. En una pausa que nos hace difícil el avanzar pero a la vez nos pone a pensar. Lo claro es que necesitamos robustecer el sector cultural, para resistir mejor y tener impacto en la sociedad. La profesionalización de sus agentes es clave, como lo es también la articulación y el trabajo en red, siendo así vital el trabajo que gestoras y gestores culturales pueden realizar en aporte a la labor de artistas, creadores e intérpretes. En este aspecto, los mecanismos de apoyo en y para la gestión se vuelven fundamentales. Así como la inversión de recursos en estas materias, y en este aspecto vale siempre preguntarse ¿Qué importancia estamos otorgando a las labores de gestión en nuestro quehacer diario?, ¿Qué tanto estamos invirtiendo en acciones o profesionales de la gestión en nuestras compañías u organizaciones? o ¿Cómo podemos mejorar los índices de participación cultural, tener mayor conocimiento de nuestros públicos y no públicos, si no contamos con recursos para llevar a cabo acciones que sobrepasen la creación/producción/difusión artística?.
Es una realidad, por lo tanto, la contingencia nos ha revelado que el sector no puede sostenerse tan solo con medidas de fomento a la creación artística y la producción de iniciativas culturales, sino que requiere de pilares sólidos para la gestión de los proyectos, más aún en tiempos de incertidumbre. Este es el tiempo para fortalecer la gestión, dedicarnos a conocer nuestros territorios, invertir en estudios culturales, en procesos participativos de planificación, en conocer a los públicos y las comunidades que se vinculan o podrían vincularse con nuestros proyectos, solo necesitamos personas que se dediquen a estas labores y con ello, recursos para financiar este trabajo. La gestión cultural hoy, es más que nunca vital en el quehacer diario de los agentes culturales de nuestro país.
Las imágenes corresponden al fotógrafo Ricardo General; y son de actividades de Teatro Puerto (Coquimbo) e Hilo Escénico, del Colectivo Palillos.