Coincidí un tiempo atrás con David Arancibia, director de Dramaturgia Clandestina, cuando ambos, entre nuestras obsesiones intelectuales, buscábamos capturar una olvidada historia llena de nostalgia y recuerdos vivos, esta vez en la figura de Heine Mix Toro.
Un año ha pasado entre conversaciones nocturnas, especulando en nuestra imaginación cómo un hombre de casi 1.90 y grandes ojos verdes, el cual fue parte de la historia del teatro chileno, había quedado en Cartagena, viviendo en una soledad que hiela la espalda, con cinco perros y un par de gatos, consecuencia de una vida artística valiosa vivas de imágenes, un relato creíble, puesto que, con un poco más de énfasis o no de su parte, estuvo sin duda presente como estudiante de teatro, actor y luego profesor de la escuela vespertina del ITUCH o Instituto de Teatro la Universidad de Chile durante los años sesenta y setenta.
Este curriculum que se hizo sin ninguna planificación previa, lo hace ser uno de los protagonistas y testigos de la década más convulsionada de Chile y Latinoamérica, sociedades que experimentaban los cambios estructurales en un mundo marcado por la Guerra Fría y el triunfo de la Revolución cubana en nuestro continente.
Yo:- lo ubiqué en el Diario el Siglo por ahí entre 1968 – 1971 cuando con Fresia Améstica hacían un teatro del Carbón llamado Baldomero Lillo, en ese entonces era una adaptación de Subterra.
David: Don Heine fue ayudante de dirección en el TUC en esos años que me dices. Estoy hace dos años ensayando su guión inédito, una obra que en aquellos años era dada en Lota, sindicatos y regiones para sacar a la luz, las condiciones de explotación que los mineros del carbón vivían ya en aquellos años.
Simplemente no podíamos creerlo. Más allá de las ideologizaciones y formas de ver el mundo que implica en especial la zona de Lota y el Teatro de Concepción en los años setenta, fue tal impacto emocional de ambos, que a tientas, entre avances y retrocesos de datos, ayudas o trabas institucionales, tratábamos de abrirnos camino para una reconstrucción objetiva y fuera del olvido, experimentando en este camino, que en realidad la historia y la memoria es un ejercicio subjetivo y que existe, como en todo discurso legitimado, en palabras de Teun Van Dijk: una custodia celosa de la historia del teatro chileno, que ha rescatado valiosos testimonios para la posteridad sin duda, pero también llena de puntos suspensivos.
Nos encontramos en el punto suspensivo de la historia del teatro chileno en la década más convulsionada de la segunda mitad del siglo XX. Lo escrito hasta ahora, desde periodistas connotados, sociólogos (a) e historiadores, narran las acciones estéticas y artísticas de una generación que anhelaba cambios, pero a su vez, que los mismos teatros universitarios e independientes ya maduros, pusieron en práctica, un arte como vanguardia de una construcción objetiva de una nueva cultura que rescataba específicamente las raíces chilenas y latinoamericanas.
Comprendemos que no todos estaban de acuerdo al unísono con aquel giro artístico, el cual tuvo como resultado una brutal represión, desarme y discontinuidad en la historia del teatro en Chile. Diversos estudios avalan esta conclusión, agregando en nuestra investigación como aporte, que visualizamos un aumento sustantivo de teatros aficionados e independientes en aquella convulsionada década y que gracias a la extensión universitaria de la Universidad de Chile y luego las demás universidades, se fueron sumando al cambio que dio como resultado, que un gobierno popular llegara al poder en 1970.
Retomando el encuentro de Grisú, esta obra no está terminada, ésta contiene en sus inicios una fuerza tímida. Había sido ensayada en los mismos pasajes del Chiflón del Diablo, paradero obligatorio de la infancia de quienes vivimos en la región, y coincidimos en aquellas imágenes con el elenco y el director de la obra, que bajar a la mina y estar en aquellos lugares, crecer con amigos dónde sus padres eran mineros del carbón, adquiere otra dimensión de lo narrado en el escenario que cuando la cuentan terceros.
El elenco eligió trabajar diversas técnicas actorales y estéticas que fueron dando vida a un relato del siglo XX, con un tinte característico de los setenta, ya que existen testimonios de mineros actuales que relatan sus vivencias de cómo es el trabajo en la mina. Además, la lectura de guiones en vivo, resalta el realismo de los personajes que escasamente exageran los sentimientos y conecta al público de manera mucho más rápida. Es inevitable emocionarse cuando este relato obrero, reliquia política de la izquierda tradicional, se conecta con el presente a través de imágenes de los estudiantes secundarios saltando el torniquete.
Grisú fue dada a conocer desde la plataforma virtual producto de una pandemia que puso en problemas al mundo teatral, pensando que con la tecnología se acabaría. La sorpresa fue enorme al comprobar que lo virtual aumentó el interés de los espectadores, generando otro tipo de interacción con un público quizás, cansado de la televisión abierta y ávida de contenidos más críticos, se volcara en cierta medida a ver teatro virtual.
Este 24 de Septiembre pasado, experimenté con asombro que el teatro presencial toma otra fuerza, un poder del cual Brecht y otros, sabían que contiene esta rama del arte, pues el impacto directo que genera en el espectador, deja en el ambiente una necesidad de desarrollar el pensamiento crítico, llevándose la obra con uno mismo a los rincones más silenciosos y oscuros de nuestra conciencia, preguntándonos, ¿qué tanto han cambiado las condiciones estructurales de Chile en el Siglo XXI, situación que los artistas del teatro de los años sesenta se preguntaban antes del desarrollo de la Unidad Popular?
Elenco de Dramaturgia Clandestina. Valentina Durán, Verónica Neira Alcavil, Marco Camus Pincheira, Raul Pizarro, Juan Pablo Hernández. Cámara en escena: Juan Pablo Jofré. Iluminación y Sonido: Marta Fernandez Puentes. Proyecciones y Espacio Escénico: Juan Ríos. Dirección Audiovisual: Carlos Silva. Investigación y Dramaturgia Documental: Verónica Neira Alcavil. David Arancibia Urzúa. Dramaturgia: Heine Mix Toro y Teatro Minas del Carbón. Co-dirección: Verónica Neira Alcavil. Dirección Artística: David Arancibia Urzúa. Producción:
Dramaturgia Clandestina.